Día Mundial de Lucha contra la Desertificación: recuperación de ecosistemas
Por Susana Paz
La Paz, Baja California Sur. 17 de junio de 2015 (Agencia Informativa Conacyt).- Designado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación se conmemora cada 17 de junio y este año se pronuncia por un cambio en el uso de la tierra, apostando por una agricultura más sostenible y que se adapte al cambio climático, en especial en zonas áridas.
La desertificación es la degradación de las tierras áridas, semiáridas y zonas subhúmedas secas, causada principalmente por variaciones climáticas y actividades humanas. No se refiere a la expansión de los desiertos existentes, sino que sucede porque los ecosistemas de las tierras áridas, que cubren una tercera parte del total de la Tierra, son vulnerables a la sobreexplotación y a un uso inapropiado, según dicta la ONU en su portal.
Datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) indican que la desertificación amenaza a la cuarta parte del planeta, afecta de forma directa a más de 250 millones de personas y pone en peligro los medios de vida de más de 1000 millones de habitantes en alrededor de 100 países, al reducir la productividad de las tierras destinadas a la agricultura y la ganadería. Aunque la desertificación puede ser provocada por las sequías, en general su causa principal es la actividad humana: el cultivo y el pastoreo excesivos, la deforestación y la falta de riego.
Para la doctora Yolanda Maya Delgado, adscrita al programa de Planeación Ambiental y Conservación del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (Cibnor) –que pertenece al Sistema de Centros Públicos de Investigación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)–, el cambio de uso de suelo implica la fragmentación e incluso la desaparición de ecosistemas completos, generalmente causado por actividades productivas como la agricultura, ganadería, uso urbano y, en el caso de Baja California Sur, las actividades turísticas.
“Se trata de un problema grave porque en México más del 40 por ciento de los ecosistemas están en zonas áridas, y se sabe que existe el cambio de uso de suelo y empieza a haber focos rojos de que algo está sucediendo, pero en realidad apenas se ha comenzado a estudiar cómo afecta la fragmentación y la desaparición de estos sistemas al ecosistema en general y a todos sus procesos, para saber qué podemos hacer para su recuperación”, comentó.
En ese sentido, la investigadora realizó un proyecto denominado Consecuencias ecológicas del cambio de uso de suelo en una región árido tropical del noroeste de México, que estuvo situado en Baja California Sur –cuyas condiciones son básicamente áridas y semiáridas– y que formó parte de los proyectos de ciencia básica del Conacyt.
Su estudio se dividió en tres ejes o subproyectos: uno sobre cómo el cambio de uso de suelo afectaba la vegetación; otro sobre agroecosistemas, es decir, cómo la agricultura puede ser afectada; y uno más sobre recuperación de ecosistemas.
Vegetación
En la parte de vegetación se hizo un estudio sobre lo que denominaron efecto de “disturbio crónico”. Según la doctora Maya Delgado, si bien la ganadería es una actividad tradicional en Baja California Sur desde la llegada de los españoles, las condiciones climáticas no son las propicias, ni el ganado está estabulado, es decir, se deja libre y come lo que quiere y a veces lo que puede, lo que causa un deterioro generalizado que es crónico.
De esta manera, hay zonas que están erosionadas y degradadas; y otras –algunas parcelas grandes– en las que se ha excluido al ganado, lo que brinda la oportunidad de hacer estudios comparativos entre las condiciones normales y las condiciones de exclusión.
“Lo que se encontró, si bien es poca la precipitación anual que cae en esta región, que está por debajo de los 300 milímetros al año –y sabemos que el agua es promotora de muchos de los cambios–, es que a pesar de que han pasado 30 años de que se ha excluido el ganado, no se ve una gran diferencia entre la zona que está excluida y la que tiene ganadería en la actualidad. La conclusión es que necesitarían pasar, así sin hacer nada, muchas generaciones humanas para que pudiera verse un resultado”, aseveró.
También analizaron un ejemplo de “disturbio catastrófico” que es cuando cortan todo. En este caso fue el desmonte para sembrar pasto buffel, que es una especie exótica y necesita mucha agua para crecer. En los programas de los años 70, dijo la experta, se hicieron grandes desmontes para sembrar este pasto y quedaron enormes áreas degradadas. En el estudio se hizo un análisis de ellas, y lo que encontraron fue que en las que están en la región del Cabo, que es una zona más húmeda, eventualmente hay cierta productividad. Pero en las zonas que están limitadas, con condiciones de menos de 300 milímetros de lluvia, no se produce nada, están abandonadas y se continúa degradando el ecosistema, por lo que va a ser muy difícil su recuperación.
De acuerdo con fuentes oficiales, entre ellas el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en Baja California Sur el área deforestada entre 1970 y 1980 se estimaba en 14 mil hectáreas; en la década de los 90 aumentó 2 mil hectáreas y para 2010 sumó 5 mil hectáreas más. |
Agricultura
La entrevistada detalló que en cuanto al punto de vista agroecológico, si bien es inevitable un cambio de uso de suelo para llevar a cabo actividades agrícolas, en las zonas áridas se presentan además problemas de calidad de agua porque básicamente la que se utiliza es de mantos subterráneos, y muchas veces es agua fósil, muy ensalitrada, por lo que puede suceder que, tanto las actividades agrícolas contaminen los acuíferos, como que los acuíferos de mala calidad contaminen el suelo con sales y sodio.
“Entonces se hizo un estudio integral de acuíferos subterráneos en donde se analizó una gran cantidad de parámetros físico-químicos para poder tener índices de sustentabilidad y, sobre todo, para apoyar el manejo adecuado de las actividades agrícolas. Se hizo la modificación a los métodos con los que se analiza la relación de adsorción de sodio, que es un problema muy grave porque si se contaminan los suelos por sodio se vuelve incluso tóxico para las plantas; en el método tradicional la diferencia era casi mínima, todo se veía igual, entonces se hizo una gradación, una modificación a estas ecuaciones y se pudo ampliar el espectro para poder encontrar cuáles zonas eran realmente de preocuparse, para no rebasar estos límites y evitar un problema en el suelo”, afirmó.
También se analizó el agua y crearon un índice con el que se puede determinar si hay pozos que no deben ser usados, o que deben ser tratados con mucha precaución para evitar la contaminación de los suelos.
Recuperación de ecosistemas
En cuanto a la recuperación del capital natural de los suelos, que son todos los servicios y beneficios que proporcionan y que se pierden al momento de cambiar su uso, lo que hicieron fue utilizar costras biológicas de suelo.
“Son comunidades de organismos como líquenes, cianobacterias, microalgas, hongos, que se entrelazan y crecen en la superficie del suelo y en pocos milímetros por debajo, formando redes que detienen las partículas del suelo. Las cianobacterias (antes se conocían como algas azul-verdes) producen expolisacáridos al estar activas, cuando llueve y hay humedad, es decir, producen un mucílago que pega las partículas del suelo, y aún estando secas, cuando ya no hay humedad disponible, siguen reteniéndolas; entonces ese es uno de los beneficios que puede tener porque evita la erosión”, explicó la doctora Maya Delgado.
Los componentes de las costras biológicas realizan también la fotosíntesis, es decir, producen oxígeno. Fijan carbono e incluso algunos de los componentes fijan nitrógeno atmosférico, según dijo la investigadora, por lo que contribuyen al secuestro del carbono y del nitrógeno que podría estar pasando a las plantas, además de que juegan un papel muy importante en las zonas áridas para la distribución del agua en la superficie del suelo.
De esta forma, las costras biológicas se usaron para producir biopelículas –que son redes de los mismos microorganismos de las costras– usando un sustrato que era el mismo suelo ya dañado, y crecieron en condiciones casi naturales porque se necesitaba que tuvieran la mismas características de temperatura y radiación. Se usaron unas casetas en donde se replicaban las mismas condiciones para crear estas biopelículas y después se llevaron al campo para ver si sobrevivían.
“Se pusieron para ver su resistencia y, de hecho, las condiciones en ese tiempo fueron extremas porque tuvimos tres años de sequía. En esos tres años (de 2009 a 2011) se llevó el experimento en campo y sobrevivieron, y no solo eso, sino que con estudios de biología molecular vimos que aumentaban, se expresaban más grupos que los que originalmente se habían formado en la biopelícula. Se vio que estaban funcionado como naturalmente se formarían, por lo que el experimento resultó exitoso”, comentó.
Para la investigadora, el siguiente paso tendría que ser un escalamiento, tanto de producción de biopelículas, como de una mayor área. Su objetivo es apoyar programas de reforestación, porque en zonas que están degradadas se tiene escaso carbono y prácticamente nada de nitrógeno, además de que las costras contribuyen con nutrientes para las plantas que no prosperan en los trabajos de reforestación.
¿Qué son las cianobacterias?Antiguamente conocidas como algas azul-verdes, son microorganismos pluricelulares con fisonomía bacteriana. Fueron los primeros organismos capaces de producir el oxígeno que hizo posible la vida en nuestro planeta como la conocemos. Actualmente se encuentran tanto en tierra como en agua dulce, y en el océano. Algunos grupos tienen la capacidad de fijar nitrógeno atmosférico en células altamente especializadas que se llaman heterocistos. |
Futuro de renovación
Yolanda Maya Delgado lleva 26 años de trayectoria académica en el Cibnor, es bióloga egresada del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); además, pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) con el nivel I. El eje constante de su trabajo ha sido el tema de suelos, desde su clasificación, cartografía, microbiología y, sobre todo, su conservación.
Actualmente continúa trabajando el tema de costras biológicas, en el ámbito de la cantidad y calidad de la materia orgánica asociada a estas. “Las costras biológicas ahora se están viendo como un modelo, un pequeño ecosistema en sí mismo; se está analizando todo el potencial que tienen; a mí me siguen interesando por el problema de erosión, porque este cambio de uso de suelo es rapidísimo. Los estudios de costras biológicas de suelo brindan una perspectiva positiva hacia el uso de biopelículas para apoyar planes de rehabilitación y reforestación de suelos degradados”, aseveró.
En palabras de la especialista, una de las conclusiones del proyecto –en un principio liderado por la investigadora Laura Arriaga, y retomado después por Pedro Peña en la parte de vegetación y Enrique Troyo en agroecología– es que estos ecosistemas son muy frágiles y cualquier deterioro que ocurra será muy difícil contrarrestarlo. “Tenemos que protegerlos porque nos brindan muchos servicios ambientales que son irremplazables y de suma importancia”, finalizó.
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