Lo que habita detrás de las palabras
Por Susana Paz
México, DF. 7 de julio de 2015 (Agencia Informativa Conacyt).- María Regina Martínez Casas es profesora y subdirectora de docencia en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). Lideró en México el proyecto sobre Etnicidad y Raza en Latinoamérica (PERLA, por sus siglas en inglés), que surgió a finales de 2008 como iniciativa del profesor Edward Telles de la Universidad de Princeton, Estados Unidos.
El proyecto, al cual se integró Martínez Casas a finales de 2009, consistió en elaborar un conjunto de encuestas que luego fueron contextualizadas para estudiar cómo se establecen las identidades nacionales en los cuatro países más poblados de América Latina: Brasil, Colombia, Perú y México; y de esta manera conocer cómo, a partir de la concepción de identidades nacionales, se construyen a los “otros”, denominados minorías, grupos étnicos o minorías etnorraciales. Los resultados de PERLA fueron presentados a principios de este año.
Es de mañana en el centro de Tlalpan; en las instalaciones del CIESAS, en el Distrito Federal, la luz se filtra intensamente e ilumina las habitaciones. Los muebles de madera otorgan un carácter rústico a la estancia. Con voz suave y profunda, María Regina Martínez Casas habla sobre su propia historia, sus influencias familiares y los retos que implican su trabajo como investigadora y actual funcionaria.
Dinámica de las lenguas
“El interés principal que guía mi investigación, y por eso acepté coordinar PERLA en México, es porque me preocupa entender la dinámica de las lenguas indígenas mexicanas en diferentes niveles. Estudio desde fenómenos de interacción cara a cara entre hablantes, hasta lo que sucede con las lenguas en su conjunto, que tienden a desplazarse porque va disminuyendo el número de personas que las hablan, igual que disminuye su transmisión intergeneracional. Uno de los factores que condiciona el desplazamiento de las lenguas es la discriminación. Existen muchas investigaciones sociolingüísticas, algunas hechas por mí, que reportan que el principal motivo de que las personas dejen de hablar una lengua indígena es porque se sienten discriminadas”, expresa la entrevistada.
De esta manera, lo que le interesa entender es por qué si hay una ley que desde el 2001 reconoce que la riqueza de México radica en su diversidad étnica y lingüística, y esa riqueza está sustentada en los pueblos originarios –que luego esas modificaciones de la Constitución se materializaron en la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas publicada en 2003–, a tantos años de distancia se sigue discriminado a quienes hablan estas lenguas, por qué se siguen dejando de hablar y qué consecuencias tiene esto para una sociedad como la mexicana.
“Eso hace que me interese, por un lado, en las lenguas como fenómenos sociales y como expresiones de mirar al mundo; cada lengua codifica el mundo de una manera particular. Pero también me interesa lo que sucede con las comunidades lingüísticas como microcosmos sociales, en donde se activan diferentes elementos de estatus o prestigio alrededor de uno o varios idiomas, y esto tiene consecuencias para la transmisión intergeneracional pero también para el uso público de las lenguas; por qué si tenemos un sistema de educación bilingüe en México estos idiomas no son utilizados en la escuela, por qué los indígenas tienen menos acceso a la escuela que otros sectores de la población mexicana, por qué se considera que los hablantes de lengua indígena tienen desventajas para hacer estudios universitarios o desempeñarse en un empleo especializado”, comenta.
Todo este tipo de procesos los ha ido documentando a lo largo de los años y han guiado su trabajo desde que se incorporó al CIESAS en 2002, mismo que se vio reforzado a partir de que en 2006 se incorporó a la Coordinación de Posgrado en Lingüística Indoamericana, que es un programa único en América Latina que funciona en el centro y que forma lingüistas hablantes de las lenguas indígenas del continente americano. En donde además, dice, tiene la oportunidad de convivir cotidianamente con jóvenes que hablan estas lenguas, que se interesan por entenderlas mejor, conocerlas, documentarlas y buscar elementos para permitir que se sigan hablando en el futuro.
De vocación y palabras
“El tema de la vocación es algo complicado. Personalmente mi vida dio un poco de vueltas, siempre me interesó mucho qué había detrás de las palabras. En parte porque en más de una ocasión me manifestaron que no dijera mentiras, y entonces descubrí que con palabras uno podía crear realidades paralelas. Y más que la historia, lo que me enganchó desde muy chiquita fue la literatura; a los seis años era yo una lectora voraz, y empecé desde muy pronto a percibir que con palabras uno podía referir a mundos que no existían, a mundos del pasado, o a los que no tenía acceso porque no tenía la posibilidad de visitarlos físicamente; entonces enterarme acerca de lo que sucedía en Asia, Europa e incluso de lugares de mi propio país, porque el lenguaje construye mundos reales, fue algo que marcó mi vida desde una etapa muy temprana”, detalla.
Otro aspecto que impactó mucho en su adolescencia fue descubrir que había personas que por lesiones cerebrales no podían hablar, lo cual le parecía una gran tragedia, en vista de que consideraba al lenguaje como una especie de “instrumento mágico”.
A los 18 años decidió estudiar una carrera que es poco conocida en México y que está orientada a rehabilitar a personas que por problemas físicos no hablan, que suele conocerse como la formación en terapia de lenguaje o de la comunicación humana. Al concluir estudió la especialidad en neuropsicología en la Universidad de Buenos Aires, Argentina, lo que le permitió entender mejor cuáles eran las bases neurológicas que sustentaban el lenguaje.
“Pero luego, como la vida da muchas vueltas, descubrí que había diferencias también en función de las lenguas distintas, y querían entender cómo funcionaba la estructura misma del lenguaje; regresé a México y me especialicé más en lingüística para aprender mejor la gramática, primero de mi lengua, el español, y luego en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) aprendí algo de dos lenguas indígenas, y me di cuenta que la estructura de las lenguas podía variar mucho y que eso tenía consecuencias en la manera en que se articulaba esta relación entre el lenguaje y la manera en que percibimos el mundo”, asevera.
Lo cual la llevó a tratar de entender mejor qué sucedía en comunidades lingüísticas que no tuvieran al español como primera lengua, y empezó a trabajar con el otomí. A partir de entonces ha trabajado con cinco tipos de comunidades lingüísticas diferentes para entender, por una lado la lengua, pero también lo que sucede entre las comunidades de hablantes y fenómenos como el bilingüismo, que aún encierra la polémica de si contribuye o no al desplazamiento de las lenguas. Al terminar el doctorado, tuvo la oferta de incorporarse a trabajar en el CIESAS –que pertenece al Sistema de Centros Públicos de Investigación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)–, en buena medida debido a la existencia de la maestría en Lingüística Indoamericana, pues la institución buscaba reforzar su planta de lingüistas.
Libros en familia
Martínez Casas afirma que, si bien en su familia no hay académicos, sí había tradición de trabajar en la universidad, pues uno de sus tíos es cofundador de la antropología contemporánea en México. No obstante, en su núcleo familiar más inmediato se alentaba fuertemente la lectura y la música.
“Mis padres eran personas muy inquietas intelectualmente pero ninguno tenía una formación académica de largo aliento. Mi papá tenía estudios universitarios, y mi mamá no tuvo una formación escolarizada pero siempre estaba leyendo; el gusto de leer, informarse y estar al tanto de la historia de México influyó en que me interesaran cierto tipo de temas. En casa había acceso ilimitado a libros, recuerdo a mi mamá trayendo libros nuevos casi cada semana para contribuir a alimentar esta sed de lectura que tenía de niña y que sigo teniendo; soy una gran lectora, pero en mi familia no había una gran tradición de incorporarnos al mundo académico”, afirma.
Incluso, dice, en algún momento su papá le cuestionó la idea cursar un doctorado y de que estuviera dedicando tantos años de su vida al estudio. Sin embargo, el hecho de que su hermano mayor siguiera su carrera científica en física, contribuyó a matizar un poco la reacción.
“De alguna manera eso me permitió encontrar menor resistencia a que yo me dedicara a esto; al final, el día que me doctoré, mi papá me dijo algunas palabras que hasta la fecha me marcaron: me dijo que nunca había estado tan orgulloso de mí. Así que después de todo y aunque tenía cierta resistencia a que invirtiera tantos años de mi vida al estudio, pudo ver que no era en vano. Después se involucró en muchas cosas que yo hacía, aprendió náhuatl ya después de jubilado, y me ayudó en parte de mis investigaciones los últimos años de su vida, haciéndome transcripciones y ayudándome a paleografiar textos; con el paso de los años, una familia que no tenía un particular interés en la formación académica terminó, para mi fortuna, mucho más involucrada”, manifiesta.
Funciones y contribución
Desde hace algunos meses la investigadora está al frente de la Subdirección de Docencia en el CIESAS. “Quiero pensarlo como un cargo académico administrativo, quiero pensar que, aunque el trabajo burocrático me consume mucho tiempo, en realidad estoy incidiendo positivamente en la formación de posgraduados en antropología, en lingüística e historia de muy alto nivel que van a alimentar a las instituciones de investigación y de formación universitaria tanto en México como en países de América Latina, y el compromiso de colaborar con una tarea que es muy importante para el CIESAS, que forma parte de los compromisos que tenemos como centro Conacyt en esta formación de recursos humanos de alto nivel”, considera.
Según Martínez Casas, PERLA ocupó los últimos años de su vida académica mucho de su tiempo. No obstante, trabaja simultáneamente otro proyecto con un colega del CIESAS unidad Golfo, en Jalapa, que trata sobre la dinámica de las lenguas indígenas que se hablan en el sur de Veracruz, sobre lenguas que están en contacto unas con otras y con el español, que tienen una serie de procesos y comunidades lingüísticas “interesantes” para su documentación y que se encuentran ubicadas en una zona del país que es multilingüe, multiétnica, a donde ha llegado además población de otras regiones indígenas de México por migración forzada.
“He estado alrededor de cinco años ocupada haciendo esta documentación y es una experiencia fascinante porque me permite contrastar lo que hago en estas otras investigaciones de corte más macrosociolingüístico con el trabajo de etnografía de la comunicación, y lo que sucede en las interacciones cara a cara. En el caso de mis funciones administrativas, creo que puedo, desde esta trinchera, contribuir a que jóvenes en el futuro desarrollen más y mejores investigaciones que nos ayuden a entender la realidad social de México, América Latina y los rincones del mundo. En ese sentido, no veo mi labor actual como opuesta a mi trabajo de investigación; le robo a veces horas al sueño para seguir escribiendo y publicando pero me he podido mantener como miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) nivel II, sin problemas”, concluye.
Lenguas de MéxicoRegina Martínez Casas refiere que en realidad no se sabe bien cuántas lenguas se hablan en el país. Existe, por un lado, el catálogo que utiliza el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), que documenta que son 68. El catálogo de lenguas que publicó en 2008 el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali) habla de 364 variantes lingüísticas, que no equivalen necesariamente a lenguas. Pero hay todavía la controversia de si estas 364 son un conjunto de variedades regionales o si son una lengua o no, una polémica que aún no se ha terminado de resolver.Agrega que algunas de las investigaciones que se hicieron a mediados del siglo XX, cuando se empezaron a realizar las primeras recopilaciones sobre las lenguas mexicanas, calculaban que probablemente hacia principios del siglo pasado en México deberían haber existido alrededor de 400 lenguas. Muchas de ellas se han ido perdiendo, otras están desapareciendo muy rápidamente, como las que se hablan en el extremo noroeste del país. Algunas otras están muy vivas y tienen una alta tasa de transmisión intergeneracional como las lenguas que se hablan en los altos de Chiapas o como huichol, cora y tepehuano. |
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