Tatuajes: historias de vida
Por Nistela Villaseñor
México, DF. 21 de julio de 2015 (Agencia Informativa Conacyt).- Todo tatuaje se plasma para que también lo mire el otro, para crear un vínculo así sea de admiración, respeto o incluso de miedo, aseguró el doctor Víctor Alejandro Payá Porres, doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Psicología Social de Grupos e Instituciones por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
El tatuaje tiene atrás un imaginario que no es fácil de desentrañar; por sí mismo nos lleva a tiempos y espacios diversos, a creencias distintas; podemos ver a través de este algún tipo de fantasías, señaló el especialista, quien es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) con el nivel II.
A finales de los 90 –como una tesis doctoral–, Payá Porres hizo una investigación al interior de la vieja penitenciaría de Santa Martha Acatitla y algunos reclusorios del Distrito Federal. A partir de ese estudio sobre la dinámica y la realidad alterna –más allá de la formal– que se genera al interior de las prisiones surgió la visión sociológica del doctor, misma que dio pauta a la creación del libro Mujeres en prisión. Un estudio socioantropológico de historias de vida y tatuaje.
“Entrevistamos cerca de 80 mujeres entre el penal de Tepepan y Santa Martha Acatitla. Nuestro campo fueron las multitatuadas, porque en efecto la gente que es multitatuada tiene una relación con el barrio y con la violencia mucho mayor, no porque el tatuaje produzca la violencia, sino porque el tatuaje, a través del cuerpo, trata de darle sentido también a la vida. Puede ser que los hagan ahí (en el reclusorio) o puede ser que los traigan desde el barrio”, expresó el doctor.
El investigador y su equipo de trabajo platicaron con las mujeres sobre cada uno de sus tatuajes tomando la figura como un analizador. “El tatuaje nos llevaba a un tiempo y espacio determinado de la persona y nos podía hablar de lo que le sucedía en ese momento y de quién estaba rodeada”, afirmó Payá Porres.
Una mujer puede ponerse un tatuaje en el dorso de la mano con el fin de no drogarse, por ejemplo, de no agarrar con esa mano lo que llaman la “estopa” o la “mona” con solvente, manifestó el doctor. “Una de ellas nos decía: ‘en ese dorso de la mano quiero ponerme el nombre de mi hijo, porque cuando lo vea, no quiero agarrar ya la droga’. Es decir, a veces puede haber un imaginario de límite ante algo que a ellas les desborda”, mencionó.
También puede ser un recuerdo de alguien querido que murió y a quien no dejan salir al entierro; es un pequeño ritual al padre o a la hermana; se pueden tatuar lo que dice la lápida, o el ser querido, indicó el sociólogo. “Había también tatuajes que tenían que ver con la pérdida en un momento determinado: la fecha de la sentencia, por ejemplo”, dijo.
“Con mujeres en prisión en Tepepan y Santa Martha Acatitla tratamos de ver, sobre todo en reincidentes y multitatuadas –a través del análisis de sus tatuajes–, la dinámica de sus historias, sobre todo de familia”, enfatizó.
Según el especialista, las personas muestran sus tatuajes con el fin de generar una relación ambivalente comunicativa. “Yo no quiero volver a la cárcel; muestran su cuerpo para que el pasajero o la persona que está ahí vea que efectivamente estuvo en prisión, que vea el tipo de tatuajes. Son realmente muy buenas para convencernos porque las miramos. En ese terreno, esas personas no están fuera del juego del deseo del otro”, finalizó Víctor Payá Porres.
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