Roberto Alexander-Katz, profesor por vocación, investigador por convicción
Por Ana Luisa Guerrero
Ciudad de México. 24 de noviembre de 2016 (Agencia Informativa Conacyt).- De joven, Roberto Alexander-Katz tenía claro que no le interesaba ser ingeniero (como lo fue su padre), lo que más le entusiasmó en la preparatoria fue la filosofía porque le atraía la abstracción y la temática que esta aborda; sin embargo, había tomado la opción científica y no la de humanidades. Su madre le sugirió estudiar física porque “dicen que tiene muchos problemas epistemológicos”, recuerda.
Después de un gran camino recorrido, el profesor investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) está más que satisfecho por haber elegido esta disciplina que “abre las puertas a muchas otras”, precisa.
A su regreso de realizar el doctorado en la Universidad de Manchester bajo la supervisión del profesor Sam Edwards, fue pionero en México en el estudio de la física de los polímeros. Hoy, a sus 73 años, a pesar de que disfruta la docencia como desde hace más de cinco décadas y de que se mantiene activo en la investigación, ya vislumbra su retiro.
Generoso, el investigador nacional nivel II abre las puertas de su hogar a la Agencia Informativa Conacyt para compartir parte de su vida, la cual ha trascurrido llena de satisfacciones profesionales y personales.
Vocación docente
Hijo de Alfredo Alexander-Katz y Brígida Kauffmann Rosenstein, judíos alemanes exiliados en México a raíz de la Segunda Guerra Mundial, nace en este país el 3 de julio de 1943 siendo hermano gemelo de la actriz Susana Alexander.
A los 16 años se matriculó en física, en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) sin estar muy convencido de querer estudiar esa carrera, pero al poco tiempo se dio cuenta que fue una decisión acertada.
Disciplinado en los estudios, a muy temprana edad comenzó a dar clases en secundaria, pues en la época “había un programa en la UNAM de que si estabas en el tercer año de la carrera podías dar clases, siempre que tuvieras la firma de un profesor registrado que te apoyaba”.
Fue así que descubrió su vocación por la docencia, ejercicio en el cual —recuerda como anécdota— fue profesor de geometría en la secundaria del doctor Julio Rubio Oca, exrector de la UAM y exsubsecretario de Educación Superior.
“Desde esa época descubrí que la docencia sí era una vocación para mí. Como maestro soy exigente porque doy mucho y me entrego mucho. Cuando eres joven no sabes medir y pides tanto como das, y quieres darles todo lo posible. Considero que he sido un buen maestro, pero me han dicho que soy un profesor difícil porque les exijo trabajar mucho”, relata.
Una vez que concluyó la carrera “no había trabajos para los físicos”, señala, y en 1964 aceptó una oferta de iniciar las actividades de una nueva escuela de ingeniería mecánica y eléctrica de la Universidad de Guanajuato en Salamanca, financiado principalmente por la Refinería de Salamanca, a cambio de un seminario de matemáticas avanzadas a su cuerpo de ingenieros de proceso. Así fue como se convirtió en el primer profesor de física de dicha escuela. Las clases se impartían en un salón de la secundaria del pueblo. “Ahora me dicen que es una muy buena escuela, aunque nunca la he vuelto a visitar; no obstante, que pasé por Salamanca hace varios años”, dice.
A la fecha, goza plenamente estar al frente de un grupo y descubrir “muchachos extraordinarios”, a pesar de la crisis por la que atraviesa la educación en México.
Camino a la investigación
Entre libros y piezas de barro propias de las culturas mesoamericanas, el doctor Roberto Alexander relata sus primeros pasos en la investigación guiado por grandes maestros que recuerda con admiración.
El primero de ellos fue el doctor Leopoldo García-Colín Scherer, de quien recuerda su tenacidad y amor por la ciencia, "en suma, un científico fuera de serie". Con él comenzó a trabajar su tesis de licenciatura en el campo de la mecánica estadística, un área de estudio nueva en México en la década de los 60.
“En esa época, los físicos teníamos pocas opciones. Una era la física nuclear, en parte por el liderazgo del doctor Marcos Moshinsky, además de que en aquel entonces había una gran esperanza en la energía nuclear como fuente de energía. Asimismo, porque se pensó que podía ser un nicho profesional propio de los físicos en el que nadie más había incursionado en México. La física del estado sólido apenas empezaba en esos años en nuestro país. Por otro lado, existía la mecánica estadística, otro campo que se estaba desarrollando fuera de la UNAM bajo el liderazgo del doctor Leopoldo García-Colín”, recuerda.
El contacto que tuvo con su mentor fue como tesista, luego de un primer intento de realizar su tesis de licenciatura con el ingeniero Alejandro Medina, otro gran científico mexicano y mentor del propio doctor García-Colín.
“Busqué el grupo del doctor García-Colín y supe que estaba en Puebla formando una escuela de físico matemáticas alterna a la UNAM, junto con otros jóvenes científicos; en aquel entonces todos ellos eran jóvenes. Me ofreció dar clases de geometría analítica como profesor de medio tiempo de la Escuela de Físico Matemáticas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y una beca de la Comisión Nacional de Energía Nuclear para trabajar en mi tesis. Ese año de 1965, en Puebla fue para mí un parteaguas en mi interés por la investigación. El ambiente de trabajo que ahí se gestó fue inolvidable”, relata.
Debido a problemas políticos en la BUAP, la planta de investigadores de la Escuela de Físico Matemáticas renunció a finales de 1965, por lo que nuevamente se encontró en la Ciudad de México con la idea de concluir su tesis.
En 1966, al término de su examen profesional, por mediación del doctor Leopoldo García-Colín, y becado por el British Council, viajó a Inglaterra a ampliar sus estudios en la Universidad de Manchester bajo la dirección del profesor Sam Edwards.
“El profesor Edwards era uno de los grandes físicos teóricos de la Gran Bretaña, y en esa época estaba interesado en polímeros y, en particular, en el problema de anudamientos entre los polímeros y su efecto en sus propiedades mecánicas y viscoelásticas. Ya para ese entonces él había contribuido en varios campos de la física teórica. Mi trabajo con Edwards fue una de las primeras contribuciones en ese tema. Después vino De Gennes y su escuela que, junto con Edwards y sus colaboradores, construyeron la nueva física de los polímeros”, señala.
A partir de su estancia en el grupo de Edwards, cambió su visión de la ciencia, porque siendo estudiante universitario veía la labor de un científico como una cuestión contemplativa, “de entender bien lo que habían hecho los grandes científicos del mundo, cuando la función del científico es hacer ciencia”.
Tras su estancia de cuatro años en Europa volvió a México a trabajar a la Universidad Veracruzana por medio año y, posteriormente, ingresó al Instituto Mexicano del Petróleo (IMP) a la Subdirección de Investigación Científica Aplicada, dirigida por el doctor García-Colín.
“En el IMP me di cuenta de las necesidades que había y entendí que debía hacer un giro hacia la fisicoquímica experimental. Ahí empecé a hacer experimentos, porque los problemas eran al principio de caracterización, había una industria petroquímica del polietileno en Pemex; sin embargo, los ingenieros no sabían ni qué era un polímero. Fue así que empecé a trabajar en la caracterización fisicoquímica de polímeros”, añade.
La salida del doctor García-Colín de la Subdirección de Investigación Científica Aplicada (que por ese tiempo la renombraron como Investigación Básica de Procesos) marcó un cambio de dirección en el IMP. A raíz de eso decidió aceptar la invitación del propio García-Colín de ingresar al Departamento de Física de la recién creada Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa.
UAM, su segunda casa
Tras el movimiento estudiantil de 1968, en México surgieron numerosos reclamos sociales, entre ellos algunos relacionados con la educación debido a la falta de capacidad de la UNAM y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) para incorporar a los estudiantes que solicitaban su ingreso a estudios de licenciatura.
El gobierno decidió abrir una nueva universidad en el área metropolitana de la Ciudad de México que, además de abatir ese rezago en la demanda, fuera una oportunidad para modernizar la educación superior.
En 1974 se fundó la Universidad Autónoma Metropolitana teniendo entre sus propósitos establecer una estructura orgánica que facilitara la interdisciplina. Los académicos que la conformaron llegaron con los proyectos que venían desarrollando con anterioridad, tal fue el caso del doctor Roberto Alexander-Katz, quien creó el Área de Polímeros del Departamento de Física con jóvenes a quienes formó en parte y a quienes, posteriormente, impulsó a tomar sus propias líneas de trabajo y viajar al extranjero para diversificar temáticamente al grupo.
A la distancia, el investigador recuerda cómo fue que vivió esa “gran aventura” de echar a andar una nueva institución de educación superior.
“No sé si en la UAM de hoy en día existe el enorme entusiasmo que tuvimos nosotros en su inicio. Había un ambiente de que ‘la vamos a hacer’, de que ‘vamos a hacer una gran universidad’, porque queríamos crear la mejor institución, que nuestros estudiantes fueran extraordinarios, esa era la mística que sentimos al principio en todas las unidades”, se emociona al recordar.
Y es que, recuerda, trabajaban día y noche ahí, dedicándole mucho esfuerzo para echar a andar ese gran propósito y, además, porque había que empezar de cero, había que participar en todo.
“Desde hace 40 años he estado en la UAM, es una institución que representa mucho para mí. Entré a ella cuando tenía 32 años, acababa de tener a mi hijo y era una aventura formar una nueva institución. Gocé mucho esa aventura, en la vida uno tiene que crearse sus propias aventuras, porque si no se está viviendo una gran aventura o un gran reto, no se está viviendo”, reflexiona.
Vínculo con la industria
A través de sus ojos claros puede verse la mirada de ese joven entusiasta, inspirado en emprender grandes acciones, como fundar la Sociedad Polimérica de México, A.C. (SPM), un espacio de convergencia entre academia e industria. Hoy en día, los congresos o reuniones organizados por la SPM son los principales foros en este país en el campo de los polímeros, donde los investigadores y sus estudiantes presentan los avances de su investigación.
De este esfuerzo innovador en la década de los 80, se desprendieron importantes convenios con la iniciativa privada y varias universidades públicas apoyando posgrados con temáticas afines a sus intereses. De dichos convenios se derivaron muchas becas para estudiantes de posgrado, asesorías de investigadores en la industria, que tuvieron como producto enriquecer las temáticas universitarias, así como fortalecer los grupos de investigación y desarrollo en la industria. El doctor Alexander jugó un papel protagónico tanto en el convenio IRSA-Universidad como en el de Condumex-UAM y él mismo fungió por 17 años como asesor del grupo de investigación y desarrollo de Industrias Resistol.
Refiere que en la época, los investigadores eran evaluados en función de sus publicaciones, obligándolos a estar de lleno en la academia. El emprendedor Roberto Alexander-Katz consideraba que las universidades no podían estar aisladas de la situación del país, por lo que eran necesarios los vínculos con la industria y la sociedad en general.
“Fue también una gran aventura y no tengo más que buenos recuerdos, aunque en su momento remábamos contra corriente y hacíamos mucho esfuerzo para seguir adelante”, asegura.
Espacio para los jóvenes
A la fecha, sigue dando clases en la UAM, realiza investigación y dicta conferencias de divulgación. Todas estas actividades las disfruta como el primer día; sin embargo, reconoce que su productividad es menor debido a que la edad va dejando costos.
Desde hace unos años decidió ya no asesorar a estudiantes de posgrado, pues dice ser realista y reconoce que en cualquier momento puede dejar de existir y no quisiera dejar alumnos “en vilo”.
Y es que ya vislumbra el retiro como una opción, al considerar que las universidades y centros de investigación deben renovarse con talento joven.
“Nadie debe ser propietario de nada, actualmente las universidades están envejeciendo y cada vez hay menos espacios para los jóvenes. Hay muchos que han tenido que migrar, entre ellos mi hijo (el doctor Alfredo Alexander-Katz, investigador del Massachusetts Institute of Technology) porque no hay plazas en las universidades nacionales”, lamenta.
Considera que el envejecimiento de la plantilla docente de las instituciones de educación superior es grave y no se están tomando las medidas para establecer planes de retiro.
En tanto, Roberto Alexander-Katz Kauffmann sigue dedicado a la docencia por vocación y a la investigación por convicción, siguiendo los pasos de las personas que lo marcaron.
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