Armando Arellano Ferro, un astrónomo estelar
Por Génesis Gatica Porcayo
Si dividimos el conocimiento del universo en áreas distintas,
no es porque sea así, sino porque no lo comprendemos todo.
Albert Einstein
Ciudad de México. 10 de septiembre de 2018 (Agencia Informativa Conacyt).- Músico, jugador de futbol americano, divulgador de la ciencia y astrónomo, el doctor Armando Arellano Ferro descubrió la esencia de su vocación desde temprana edad.
Sin embargo, no dudó en explorar las oportunidades que se presentaron en su camino mientras definía en concreto la directriz de su vida, marcada por la constancia y disciplina para especializarse y disfrutar de lo que más ama: la astronomía.
La fascinación natural del hombre por observar el cielo y conocer qué hay más allá de la Tierra, despertaron a lo largo de la historia cuestionamientos sobre el origen y evolución del universo. Para ello desarrollaron técnicas que han llevado a lo que hoy conocemos del espacio exterior, tal y como lo ha hecho este especialista.
Fue así como entre ciencia, música, deportes y libros, el observador de estrellas variables ubicadas en cúmulos globulares rememoró su trayecto que lo ha consolidado como un investigador y divulgador de talla internacional a través de sus proyectos enfocados en el descubrimiento de estrellas pulsantes.
Los primeros acercamientos
Armando Arellano es originario de la Ciudad de México. Nació en 1953, cuando la capital del país apenas tenía tres millones de habitantes, y se concedía a la mujer el derecho al voto.
“Cuando terminé la primaria ingresé a la 'prevo' 4 en Tlatelolco, ahí estudié la secundaria, estaba frente a la vocacional 7 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, y mis primeros acercamientos con la física fueron por invitaciones a la Escuela Superior de Física y Matemáticas (ESFM) por parte de mi cuñado”.
Al concluir sus estudios prevocacionales, ingresó a la Vocacional 1 al norte de la ciudad, cuando Jorge Elizalde Díaz —su cuñado y egresado de la ESFM— impulsó este gusto por la física, y en aquel entonces el joven estudiante Armando Arellano visitaba frecuentemente las instalaciones de la institución.
Haciendo un poco de todo
Su talento natural para las matemáticas y la física en la secundaria hicieron que su orientación vocacional se dirigiera a ese rumbo, y sus constantes visitas a la ESFM le permitieron escuchar temas de física con mucho entusiasmo a varios de sus futuros compañeros y colegas.
“La influencia de mi cuñado pesó mucho en la decisión, en aquel entonces era novio de mi hermana y durante mucho tiempo había sido amigo de la familia, es muy buen maestro de matemáticas y recuerdo que en mi época de secundaria se dedicó a enseñarme álgebra y hablábamos mucho de estos temas”, rememoró.
Su cuñado, habiendo estudiado física, lo puso en contacto con su escuela, su generación y sus amigos a través de las clases de álgebra que le impartía, y una vez que ingresó a la ESFM, Armando Arellano ya no se sentía el chico nuevo.
Pese a esta clara inclinación hacia las ciencias exactas, supo hacer de todo para destacar —aunque ese no haya sido su principal enfoque—, pues alrededor de 1968 el hoy astrónomo fue jugador de futbol americano en la Vocacional 2.
“Sí, en 1968 jugué americano pero me cansé de los costalazos y me inscribí en la Escuela Nacional de Música, y en 1969 comencé mi educación musical que me llevó por derroteros más apasionantes hasta 1977, año en que me fui a estudiar astronomía a Canadá”.
Nueva perspectiva
De acuerdo con el especialista, después de dos años estudiando la vocacional, se inscribió en la ESFM en 1971 y pese a su familiaridad con la escuela, sus primeras clases causaron un gran impacto, sobre todo en los aspectos matemáticos.
Al parecer se trataba de un lenguaje completamente diferente al de las matemáticas vistas en la vocacional; particularmente le sorprendieron los conceptos de análisis vectorial y de cálculo, donde comprendió que en los nuevos estudiantes comenzaba a gestarse un nuevo lenguaje y estructura mental que los acompañaría toda la vida.
“Para 1975, salí de la escuela, me titulé como licenciado en física y matemáticas y mi intención era seguir otros caminos; sin embargo, por diferentes circunstancias he regresado a mis orígenes y lo hago con mucho gusto porque puedo compartir con las nuevas generaciones lo que las aulas me dieron”.
Consideró que la experiencia más importante adquirida en sus años de escuela fue la colaboración académica con sus compañeros y profesores, especialmente en el trabajo de laboratorio, pero también en el intercambio de ideas y planes de vida profesional.
Fueron ejemplo a seguir todos aquellos caminos recorridos por varios profesores que admiraba, y esa experiencia fue clave para establecer después las colaboraciones necesarias que forman parte de su repertorio de actividades científicas.
“Hacia el final de la carrera ya sabía que quería estudiar un posgrado en biofísica o en astronomía, así que hice contacto con el Instituto de Astronomía, vine a ver si podía hacer mi tesis de licenciatura y me dijeron que sí. En ese entonces fui ayudante de investigador del doctor Carlos Cruz González, que era un astrónomo dedicado a estudiar la dinámica de las galaxias —su formación y rotación—, tristemente falleció muy joven”.
Vientos de cambio
En aquellos tiempos no existía un posgrado de astronomía en México pero solicitó una beca al recién creado Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y así estudiar en Toronto, Canadá.
Ya en ese país, realizó la maestría y doctorado en el Departamento de Astronomía de la Universidad de Toronto, donde aprendió astrofísica estelar y la parte observacional del campo.
“En Toronto, la comunidad astronómica, tanto local como sus visitantes, era muy grande, por lo que tuve la oportunidad de interactuar con grandes personalidades del mundo astronómico como Don Fernie, Bob Garrison, Barry Madore, entre otros. No solo la vida astronómica era rica, lo era también la vida en la ciudad, ya que la interacción cotidiana con gente de diferentes nacionalidades, idiomas y costumbres, significaron para mí una riqueza cultural desbordante”.
Allá se dedicó a especializarse en el estudio de cúmulos globulares, pues en la Universidad de Toronto hay una gran tradición estudiando estrellas variables y cúmulos globulares, y una vez que terminó su doctorado en 1983, regresó a México ya que nunca consideró la idea de quedarse a vivir fuera del país, aunque sí tenía la posibilidad.
A Armando Arellano le entusiasmaba la idea de regresar al Instituto de Astronomía de la UNAM y el entonces director Luis Felipe Rodríguez gestionó el ingreso al instituto de todos los astrónomos mexicanos que en esos años volvían doctorados del extranjero.
De vuelta a sus raíces
“Fue así como regresé al Instituto de Astronomía en 1983 y desde ese año no me he vuelto a ir. Me reincorporé como investigador asociado y hacer astronomía en este lugar no solo ha sido posible sino muy placentero. Desde esta mi sede académica he tenido la oportunidad de participar en el desarrollo astronómico de otras instituciones y colaborar con colegas de otros países”.
Hacia finales de 1980 participó en el fortalecimiento del área de astronomía en el Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE) y en la creación del programa de maestría en astronomía en esa institución.
Para la década de 1990 y por invitación de la rectoría de la Universidad de Guanajuato, fue comisionado por la UNAM para crear el Departamento de Astronomía a partir de un pequeño telescopio de muy poco uso, pero con el que desarrollaron algunos programas observacionales.
Radicó en la ciudad de Guanajuato durante cinco años mientras el Departamento de Astronomía se levantaba y fortalecía. Ahora está próximo a cumplir veinticinco años de haber sido fundado.
“Los únicos institutos de astronomía que existían en el país a principios de 1990 eran el Instituto de Astronomía de la UNAM en Ciudad Universitaria y con una sede en la ciudad de Ensenada y el INAOE. Con este departamento en Guanajuato se creó en 1995 el tercer centro astronómico que fue también el primero en una universidad pública estatal”, explicó.
También ciencia de letras y divulgación
Armando Arellano gusta de la literatura desde los 15 años, cautivado por los escritores del boom de la literatura latinoamericana, y del lado de la filosofía de la ciencia, la pluma de Bertrand Russell lo ha marcado con ideas, frases e inspiración para participar también a través de la divulgación, la que considera una de las actividades más placenteras de un científico inmerso en la sociedad.
El Universo de Isaac Asimov fue una influencia en sus inicios en la astronomía y por su lado también ha creado obras de divulgación como Por qué no hay extraterrestres en la Tierra y Cómo se mide el Universo.
“Las tareas relacionadas con la divulgación me han llevado a lugares y comunidades en México y América Latina verdaderamente aisladas del conocimiento y de la información científica moderna, lo que contribuye a la generación de mitos sobre la naturaleza del mundo”.
Reiteró que es tarea de los científicos desmitificar a la sociedad informando de manera objetiva lo que conocen, mostrando en un momento dado los alcances y limitaciones que nuestro conocimiento posee.
Él como astrónomo no se considera un luchador pero sí un hombre persistente al que le gusta mucho lo que hace y que lo ha hecho de manera sistemática y continua durante muchos años.
Piensa que las nuevas generaciones deben estar bien informadas sobre los quehaceres de los profesionales de distintas disciplinas, particularmente de aquella a la que quieren dedicarse en el futuro, ya que eso les ayudará a encaminar sus acciones en esa dirección de manera definida.
“La astronomía es una ciencia muy atractiva y es frecuente que muchos estudiantes de secundaria sueñen con ser astrónomos, así que por medio de la divulgación han entendido que para serlo primero hay que estudiar física, química o matemáticas, por lo que muchos visualizan apuntar sus proas en esa dirección. Tengo la certeza de que muchos de ellos son o serán estudiantes de la ESFM”.
• Dr. Armando Arellano Ferro
Investigador titular C
Instituto de Astronomía, UNAM
Sistema Nacional de Investigadores (SNI) Nivel III
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