Francisco Vega, viajero y paleontólogo
Por Alan Gómez Mayén
México, DF. 31 de agosto de 2015 (Agencia Informativa Conacyt).- De entre las llamadas ciencias naturales, existe una en particular que desde siempre ha fascinado a los más jóvenes, la paleontología. Los tiranosaurios y los cuello largo han capturado la imaginación de múltiples generaciones desde que el naturalista británico Richard Owen acuñó el término "dinosaurio" a mediados del siglo XIX. Pero no todo en esta ciencia son fauces, colmillos y especies de gran tamaño.
En el Instituto de Geología de la UNAM está la oficina de Francisco Javier Vega Vera, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) nivel III. Desde 1987, cuando entró al instituto como investigador, ha trabajado con los moluscos y crustáceos del Cretácico y Cenozoico de México.
Precisamente esta etapa, el paso del Cretácico al Terciario (inicio de la era Cenozoica), se caracteriza por un evento conocido de extinción masiva ocasionado tal vez por un meteorito que impactó la Tierra hace unos 66 millones de años, dando pie, entre otras cosas, a la extinción de muchos dinosaurios, pero también al auge y transformación de otras especies.
La vida se abre paso
"Justo ahora estoy trabajando con José Luis Martínez, alumno de maestría, sobre una especie de cangrejo que sobrevivió al impacto y su respuesta fue evolucionar en formas muy pequeñas. Los caparazones medían unos tres centímetros; después del impacto la misma especie mide no más de un centímetro", afirma Vega Vera.
El investigador explica que se trata del efecto Lilliput, una respuesta ecológica común en grupos que se enfrentan a un evento de extinción. Al reducir su tamaño, los individuos requieren menos alimento pero sus grupos pueden ser más numerosos.
"Los fósiles de esta especie, antes de que caiga el impacto, no son tan escasos pero tampoco tan abundantes. Después de eso son muy abundantes, los hay en Texas, en todo el sureste de Estados Unidos, Brasil, parece que hasta en África. Es una lección de cómo la vida resiste, a pesar de haber sufrido catástrofes como este impacto, que equivalía a cinco mil millones de bombas de Hiroshima. La vida persistió, la vida encontró los cauces, la forma de poder seguir adelante".
La primera expedición paleontológica
Vega Vera llegó a la paleontología por su amor a viajar, a descubrir cosas nuevas. Es en sus primeros viajes de la infancia cuando encuentra un fósil por primera vez.
"Cuando tenía seis años, mi papá vivía en la ciudad de Monterrey y, aunque estaba separado de mi mamá, me invitaba a visitarlo. Me llevaba a una zona al noroeste de esa ciudad; él, sin saberlo, me llevaba a una zona fosilífera con ejemplares que no son tan espectaculares pero más o menos abundantes. Además ahí mismo hay petroglifos, puntas de flecha de la nación comanche, casquillos de la Revolución porque ahí peleó Villa contra Carranza. Entonces, el gusto de estar en el campo, el desierto, ver la fauna también, maravillarte cuando llovía, porque a veces me invitaba en verano, y cuando llueve en el desierto es fascinante, empiezas a ver cosas que no te esperabas, ácaros de color terciopelo, ranas muy pequeñas, algo espectacular. Todo esto influyó muchísimo", recuerda.
Estas experiencias lo hicieron decidirse a estudiar la carrera de Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM, a la que entró en 1978. "Dentro de la carrera estaba la materia de paleontología. El doctor Carranza, que era mi profesor, me contactó con la doctora María del Carmen Perrilliat, quien más tarde sería la directora de mis tesis, tanto en licenciatura como en posgrado".
Al terminar la carrera ingresó al Instituto de Geología como becario de la UNAM para maestría y doctorado. Comenzó su trabajo con los moluscos pero después, al encontrar especies muy raras en el registro fósil, sus investigaciones se centraron en los crustáceos.
Colaboración mundial de entusiastas
La paleontología tiene seguidores en todo el mundo, existen muchos colectores independientes que buscan relacionarse con los investigadores.
"Con el paso del tiempo empecé a conocer gente, por ejemplo, del estado de Chiapas, a través de amigos también paleontólogos, como el doctor Pedro García, y empezaron a salir crustáceos por parte de colectores, no amateurs, sino gente que tenía una preparación biológica".
Sus trabajos llegaron a oídos de especialistas de Estados Unidos, quienes lo contactaron para investigar y describir los cangrejos de Norteamérica. Entre ellos destaca el doctor Rodney Feldmann, con quien existió una relación de colaboración exitosa por varios años. Posteriormente, se relacionó con académicos y amateurs de España, Irán, India, Marruecos, Eslovaquia, Colombia y Brasil, entre otros.
"Actualmente sigo colaborando con ellos, pues mi carrera está forjada en parte con esas contribuciones; aunque tengo algunas que tienen que ver con yacimientos fosilíferos en México, en donde también he participado en contribuciones relacionadas con la estratigrafía y hasta el origen del cultivo del maíz".
El mentor
Uno de sus proyectos más recientes es el ámbar de Simojovel de Allende, en Chiapas. Junto con su alumna, Lourdes Serrano, Francisco trabaja en el descubrimiento de artrópodos, crustáceos e insectos que vivieron hace 23 millones de años. En la zona del hallazgo, que solía ser costera, se encontraba un estero y por efecto de las mareas los animales que ahí habitaron fueron transportados a lugares donde fluía la resina, que después se convirtió en ámbar. Como resultado, el peculiar ambiente resguardó piezas de ámbar que contiene insectos acuáticos, terrestres y crustáceos de agua salobre.
"Y como la preservación es excepcional, es casi como si estuviéramos estudiando organismos actuales. Es por esto que se requiere un estudio muy detallado, que llevará un par de años más. Afortunadamente, contamos con el apoyo del Instituto de Geología de la UNAM, pero pues es algo que todavía nos va a llevar un tiempo".
Pero el especialista no planea quedarse para siempre. Entre sus metas se encuentra transmitir el conocimiento adquirido de sus profesores y experiencias previas, y formar a la nueva generación de paleontólogos, sus alumnos.
"Mi meta es seguir trabajando algunos años más para dejar a alguien formado detrás y posteriormente no hacerle sombra. Tiene que llegar el momento en que uno se hace a un lado. Todavía hay mucho que hacer y hay que aprovechar el entusiasmo de las nuevas generaciones".
El artículo que aborda este trabajo, donde Lourdes Serrano es primer autor, fue publicado en 2015 en el Journal of South American Earth Sciences. Se titula “The aquatic and semiaquatic biota in Miocene amber from the Campo LA Granja mine (Chiapas, Mexico): Paleoenvironmental implications”, como su nombre lo indica, se plantean las implicaciones ecológicas del descubrimiento.
"Encontramos carbón dentro del ámbar, que llegó ahí quizá por incendios y entonces estos incendios pudieron haber hecho que la flora, como respuesta de protección, secretara gran cantidad de resina que más tarde se solidificó en ámbar. Aparentemente, la actividad volcánica es la causa de estos mismos incendios. Entonces la investigación debe ir más allá del reporte de organismos en ámbar. También tiene implicaciones en la actualidad. Ahora que sabemos que los ecosistemas de esteros están desapareciendo, es importante saber que la estructura de los esteros era casi la misma desde hace 23 millones de años y si han sobrevivido todo ese tiempo, pues es muy grave que los estemos destruyendo", explicó el científico.
La paleontología y la conciencia ecológica
Este trabajo es una muestra de cómo la paleontología no se limita a la parte descriptiva y puede funcionar como herramienta para que la gente tome conciencia de todo lo que se está perdiendo.
"Solo hay que mirar la zona donde yo vivo, en Xochimilco, es triste porque era un ecosistema único. Yo iba a visitar algunas regiones con amigos cuando estudiaba la carrera, justo para evaluar la fauna que había: acociles, serpientes, sapos. El acocil, por ejemplo, ya no lo encuentras y es una especie de crustáceo endémico, un relicto que duró mucho tiempo ahí. Hay muchas especies que ya nadie menciona que a mí me tocó ver, y ahora los canales ya están secos, están rodeados de casas. Los mismos trajineros te dicen que el agua la bombean desde otros lados porque ahí ya no hay".
Y es que para Vega Vera, a diferencia de las extinciones naturales que dejan paso a la evolución de quienes sobreviven, las extinciones causadas por el hombre no permiten tal adaptación, sino que se asemejan a una serie de traumas consecutivos que no dan respiro a la vida.
"La única forma de rescatar esos ecosistemas es con proyectos integrales de conservación. Pero el interés mundial en estos temas va en declive. Mis colegas de los Institutos de Biología, de Ecología, someten sus proyectos y cada vez hay menos dinero para este tipo de cosas, que involucran ciencia básica pero también una evaluación ecológica. Ya todo se está encaminando a la producción, biotecnología, medicina, proyectos redituables a corto plazo y lo demás se nos está olvidando. Yo creo que la paleontología en general puede ser una herramienta para ayudar, cuando menos, a darnos cuenta del daño que puede sufrir el planeta. Y es que la paleontología es algo que sigue llamando la atención, que despierta la pasión de la gente, que la gente no quiere ver morir y que finalmente es parte de algo que desde niños nos llama la atención a todos, los dinosaurios. Pero no todo son dinosaurios, también hay otras cosas importantes y hay que enseñarlas", concluye.
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