Curiosidad, el motor de los científicos: Fernando Magaña
Por Verenise Sánchez
México, DF. 29 de enero de 2016 (Agencia Informativa Conacyt).- El secreto para ser un buen científico es tener una curiosidad infinita por todo lo que te rodea, indicó Luis Fernando Magaña Solís, uno de los investigadores mexicanos más destacados en el ámbito de la superconductividad y las matemáticas mayas.
Con la gran sonrisa que lo caracteriza, el académico del Instituto de Física de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) indicó que "la curiosidad es el motor para que cualquier persona averigüe o indague, y es justo esa actitud la que lleva a unas personas a ser científicos".
¿Cómo prende la luz del refrigerador?
Señaló que desde muy pequeño siempre se sintió muy atraído por todos los “misterios” que lo rodeaban en su vida cotidiana, como por ejemplo, ¿por qué llueve?, ¿cómo es que existen el día y la noche?, o ¿por qué son verdes las hojas de los árboles?
A su manera y con la maravillosa creatividad e inocencia que tiene un niño, a los cuatro años de edad hacía sus propias “investigaciones” para tratar de descifrar su mundo.
Con un brillo especial en la mirada, recordó que su primera investigación fue descubrir cómo se prendía y se apagaba la luz del refrigerador.
"Cuando sacaba algo del refrigerador quedaba intrigado si se apagaba la luz cuando cerraba la puerta o si se quedaba encendida todo el tiempo. Para saciar esta curiosidad me puse a hacer cosas como meter un palito en la goma de la puerta para ver si había luz o no, y como vi que no, me preguntaba cómo es que se apaga o quién la apaga. Luego descubrí que tenía un 'botoncito' que al momento de cerrar la puerta se oprimía y hacía que se apagara la luz. Este hallazgo me emocionó tanto que cuando regresó mi papá de trabajar le pregunté: '¿Sabes cómo se enciende y se apaga la luz del refrigerador?'. Mi padre era ingeniero, sabía perfectamente cómo funcionaba, pero un poco sorprendido por mi pregunta respondió: 'No, a ver, explícame'. Le dije ‘ven’ y lo llevé a la cocina y le expliqué lo que había descubierto. Eso para mí fue la felicidad absoluta", narró emocionado.
También le intrigaban mucho las hormigas, ¿cómo están organizadas?, ¿por qué siempre avanzan en fila?, etcétera, y se dio a la tarea de investigar más al respecto.
"No era una investigación como las que realizó actualmente, tampoco había Internet, así que solo se reducía a preguntar a mis papás o a mis amigos, pero digamos que así surgió mi gusto por indagar e investigar".
De física y matemáticas mayas
Con el paso de los años, cuando tuvo que elegir una carrera profesional, decidió estudiar física para saciar su curiosidad de fenómenos naturales como la lluvia, el calor y el frío.
Para ello, tuvo que dejar su blanca Mérida y viajar a la Ciudad de México para estudiar en la Facultad de Ciencias de la UNAM, pues en la década de los años 60 en la Universidad Autónoma de Yucatán (Uady) no se impartía la carrera de ingeniería física, fue hasta 1996 cuando dicha carrera formó parte de la Uady por iniciativa del ya entonces doctor Luis Fernando Magaña Solís.
Cuando dejó su ciudad natal para adentrarse en la Ciudad de México, comenzó a valorar aún más las tradiciones, costumbres y cultura maya que todavía tenía influencia en los habitantes de la península de Yucatán.
No obstante, aún no tenía tanto contacto con las matemáticas mayas. Fue hasta finales de la década de los 70, mientras realizaba su doctorado en Canadá, cuando se enamoró de las matemáticas mayas.
“Estaba en Canadá haciendo el doctorado y llegó a la universidad una misión cultural mexicana; en ese encuentro cultural me encontré el libro Relación de las cosas de Yucatán, de fray Diego de Landa, fue entonces que descubrí cómo eran las operaciones en esta cultura prehispánica. A partir de ahí consulté otras obras y aprendí el procedimiento que empleaban, pero con base 20”, describió.
A partir de entonces Fernando Magaña adoptó el estudio de las matemáticas mayas como una actividad recreativa. “Cuando ya me fastidiaba de las ecuaciones de física, me ponía a hacer operaciones con las matemáticas mayas”.
Fue así que se adentró en el “mundo” de las matemáticas mayas. “A raíz de un artículo que publiqué sobre el tema, la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) me invitó a dar conferencias en todo el país. Un día, en Morelia, frente a un auditorio lleno de niños, decidí representar los números mayas pero con base 10 y fue un éxito, porque me entendieron”.
Después lo llamaron de Roma para que asistiera a un congreso de matemáticas que reunió 500 académicos europeos y solo dos latinoamericanos, él y otro colega. “Ahí presentamos trabajos sobre el cálculo de incas y mayas. Desde entonces se difundió más este trabajo y desde hace cinco años doy cursos a maestros de preescolar y primaria para que aprendan y enseñen a sus alumnos las matemáticas mayas, pues con estas aprenden más rápido y fácil a realizar operaciones matemáticas”.
Voluntad para enseñar
Además de saciar sus curiosidades, otras de sus grandes pasiones son la enseñanza y la divulgación, pues sostiene que “no tiene sentido aprender algo y llevárselo a la tumba. Para mí la divulgación es básica porque es parte de la enseñanza. Es muy bello tener un tema complejo y tratar de divulgarlo para que la gente entienda de qué se trata. La divulgación y la enseñanza van de la mano, divulgar es enseñar y enseñar es divulgar también”.
Para ser un buen maestro o un buen divulgador no hay fórmulas o normas que seguir, solo se debe tener voluntad para enseñar de las maneras que sean necesarias para que la gente entienda y se apropie de lo que se quiere transmitir, afirmó el catedrático.
“No es bajar el nivel del tema, es hacerlo sencillo y eso se logra por ensayo y error. Uno va explicando y en la mirada de la gente uno puede darse cuenta si están entendiendo o no. Si uno ve que la gente no está entendiendo, uno debe buscar otra manera de explicarlo. Insisto, no es bajar el nivel, es buscar los términos adecuados para que quienes están escuchando puedan entender el concepto. Por eso creo que para ser un buen divulgador o maestro lo primero que se debe tener es la voluntad de hacerse entender. Si uno entiende bien un tema y tiene la voluntad de hacerse entender, va a lograr divulgar y enseñar bien el tema”.
Dar clases o hacer divulgación, afirmó el científico, no debería ser una cuestión de trámite para cumplir con ciertos requisitos y alcanzar un grado más alto en una institución, sino de seguir una pasión y vocación.
El éxito y la felicidad
Para Luis Fernando Magaña, quien ha sido investigador invitado en la Universidad McMaster, Canadá, en el Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS), Francia, y en la Universidad Autónoma de Madrid, España, la pasión y la vocación son las guías que conducen a las personas al éxito.
Al preguntarle si se considera un científico exitoso, con un gesto de modestia reviró: “No, o ¿a qué te refieres con éxito? Si te refieres a lo que dicta la norma podría ser que sí, tengo el nivel máximo en mi universidad y en el SNI (Sistema Nacional de Investigadores), pero para mí el éxito va más allá de esos estándares. Para mí el éxito consiste en plantearse un problema y resolverlo, eso es ser exitoso”.
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Respecto a qué problemas ha resuelto, con una gran sonrisa respondió: “¡Ah, bellos problemas! Uno fue transmitir de manera eficiente y despertar interés y mostrar cómo se usa para enseñar conceptos matemáticos profundos a través de las matemáticas mayas, cuando se me ocurrió pasarlo a base 10, ese fue mi logro. Puede parecer muy pequeño para muchos, pero para mí fue grandísimo”.
Señaló que además del tema de las matemáticas mayas, en su cabeza y corazón tiene planteados varios problemas y que día a día trabaja para resolverlos, como el de las propiedades del grafeno, entre otros, que quizá no le alcance la vida para atenderlos.
Pero no importa si no lo logra, "porque de eso está hecha la ciencia, de muchos fracasos y de esfuerzos que unos empiezan y otros continúan y logran culminarlos", resaltó Luis Fernando Magaña. Mientras tanto, seguirá trabajando con gran esmero para satisfacer sus curiosidades y ser un humano lo más feliz posible.
Fotografía: Dulce Aguilar / Instituto de Física de la UNAM
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