Jorge Naranjo Piñera, pionero de la investigación entnobiológica
Por Alejandro Montaño
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. 10 de noviembre de 2015 (Agencia Informativa Conacyt).- A pesar de la enorme riqueza y variedad en fauna y flora que posee el estado de Chiapas, hace 20 o 30 años los estudios científicos sobre la biodiversidad en el sureste del país eran muy escasos.
La investigación estaba apenas iniciando en esta región megadiversa y los jóvenes biólogos que venían recién desempacados de la capital del país, aún conservaban una visión muy cercana a la investigación clásica, centrada más en el estudio de los animales y las plantas de un lugar, y no tanto en la interacción de los grupos sociales que viven en donde estos recursos habitan, como nos comenta el etnobiólogo Eduardo Jorge Naranjo Piñera, de El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur).
El investigador, quien es también coordinador del Posgrado en la unidad San Cristóbal comenta que su historia personal, y la de la biología en Chiapas, es muy semejante a la de otros colegas de diferentes especialidades que trabajan aquí desde finales de los años ochenta.
En ese entonces existían muy pocos recursos científicos y tecnológicos, y era muy difícil el acceso a las zonas de estudio, pero había gran facilidad para realizar investigación científica en los ecosistemas. Hoy la situación es completamente distinta. "Los que llegamos hace unos 20 años o más a trabajar a Chiapas, nos dimos cuenta del enorme potencial que tenía esta región para hacer investigación biológica, por la riqueza de recursos naturales; flora, fauna, bosques, selvas, agua, culturas y grupos humanos interactuando con los recursos silvestres".
La dificultad inicial en ese entonces era decidir cuál línea de investigación abordar, con tantas opciones interesantes y tantas posibilidades de trabajo, considerando que la información previa era muy escasa. "Los investigadores nos encontramos con una riqueza impresionante de problemas y de formas de abordarlos. Había información muy limitada sobre la biodiversidad, la flora y la fauna en Chiapas. Era una verdadera aventura salir a campo, aquí mismo en los Altos, en la Selva Lacandona, en las Montañas del Norte, en la Sierra Madre, en los Valles Centrales, en la Costa".
En aquellos años, las circunstancias para desarrollar estudios biológicos eran radicalmente distintas a las actuales en varios aspectos fundamentales: por un lado, las condiciones materiales, el acceso a la información y los recursos tecnológicos disponibles; y por otro, las circunstancias sociales, la aproximación a los grupos que habitan en las áreas de estudio, así como las rutas de acceso, los caminos y las condiciones ambientales, que han variado mucho en los últimos años.
"En esa época, cuando escasamente conocíamos el uso de las computadoras, no teníamos correo electrónico, no se utilizaba el Internet, casi no teníamos aparatos sofisticados para el campo, eran condiciones de investigación bastante rústicas, muy austeras, digamos, pero a falta de esa tecnología avanzada y esos recursos enormes para la búsqueda de información, los jóvenes científicos veníamos equipados con suficiente creatividad, iniciativa, habilidad para desarrollar investigación en condiciones sumamente difíciles y rudimentarias".
La investigación científica en los centros de investigación, como Ecosur —en ese entonces llamado Centro de Investigaciones Ecológicas del Sureste (CIES)—, apenas había iniciado con instalaciones y recursos mucho más modestos de los que tiene actualmente.
Sus estudios iniciales se enfocaban tanto en la biología como en la salud comunitaria, los sistemas de producción agropecuaria alternativa y los estudios ambientales. La ciencia se hacía más en campo que en el gabinete, y con más ingenio que instrumental, comentó Naranjo.
Permisos para investigar
La situación socioeconómica a la que se enfrentaron estos pioneros, así como la forma de aproximarse a las comunidades que interactuaban con la fauna silvestre, eran mucho más favorables para realizar su investigación que hoy en día. "Curiosamente, las condiciones en campo eran mucho más sencillas de lo que son ahora, en el sentido de que la gente era bastante abierta, hospitalaria, casi en cualquier lugar en el que uno llegara, ya fuera una comunidad indígena, un ejido campesino mestizo, un poblado costeño, lo recibían bien a uno".
La gente en las regiones de estudio era menos desconfiada y recibía bien a los investigadores y estudiantes. No había desconfianza y realmente eran condiciones de trabajo sencillas y agradables.
Pero algo sucedió con el paso de los años: por un lado, algunos investigadores llegaron, preguntaron, se llevaron especímenes y jamás regresaron, lo que Naranjo denomina "investigación extractiva", en la cual las comunidades no reciben ningún beneficio y se sienten utilizadas, y que sus conocimientos y recursos han sido, en cierta forma, robados.
Por otro lado, los programas de asistencia social del gobierno, y también algunas asociaciones civiles, llegaron hasta lugares muy apartados, muchas veces con buenas intenciones, pero con poco conocimiento de los grupos y con métodos de intervención inadecuados.
Programas que el etnobiólogo considera asistencialistas, clientelares, que provocaron al interior de las comunidades desunión y desigualdad entre aquellos que recibían algún tipo de ayuda y los que no. Todo ello generó desconfianza y dificultó la labor de los investigadores.
"Ahora las relaciones con las comunidades rurales, y en particular en las indígenas, son muy diferentes. Actualmente se tiene un alto grado de desconfianza hacia los que venimos 'de afuera', sobre todo a partir del levantamiento zapatista de 1994. Nos encontramos con una situación en la que tenemos que pedir permiso para todo", indicó Naranjo.
Hoy en día, comenta Naranjo, la aproximación con los habitantes de las zonas con alta biodiversidad es más compleja, porque también son zonas con gran diversidad cultural: grupos mestizos, tseltales, choles y lacandones, entre otros, con los que cada vez es más difícil establecer contacto, a veces años, para ganarse algún grado de confianza como para iniciar un nuevo estudio.
"Ahora tenemos que invertir mucho más tiempo, más esfuerzo, en conseguir esos 'permisos de trabajo' de las comunidades, antes de iniciar cualquier investigación en campo, y bueno, pensar en investigaciones que no involucren a gente o comunidades aquí en Chiapas es realmente muy difícil, no hay mucho margen de acción, considerando que el estado está muy poblado, que la densidad de población es alta y especialmente en las zonas biológicamente más ricas la densidad humana es bastante alta, precisamente por la riqueza que les brindan sus recursos naturales".
Las condiciones se invirtieron. La tecnología y los recursos mejoraron. El acceso a los lugares de estudio también cambiaron, los caminos y formas de acceso fueron cada vez mejores, a la par que las condiciones sociales y la salud de los ecosistemas se fueron deteriorando, en opinión del investigador.
"Ahora contamos con infraestructura muy superior a la que teníamos hace 30 años, con buenos vehículos, con GPS, con computadoras, con cámaras trampa, para detectar el paso de animales en medio de la selva, con teléfonos celulares que pueden hacer muchísimas cosas, que facilitan mucho el trabajo y, sin embargo, las condiciones para realizar nuestra labor son cada vez más difíciles".
De la biología “pura” a la etnobiología
Esta situación ha obligado a biólogos, ambientalistas y otros investigadores a replantearse las formas de aproximación a su objeto de estudio, ya que, al menos en el contexto chiapaneco, resulta imposible estudiar la flora y la fauna silvestre de manera aislada a las comunidades humanas asentadas en los territorios que ocupan ambos.
"La situación política, económica y social es bastante más complicada en esta época, y entonces los trabajos de investigación requieren de una fase de planeación más rigurosa, porque no vamos a enfrentarnos a problemas de iniciar un trabajo que a los tres meses se tenga que suspender porque ya nos estén sacando de la comunidad, porque a la gente ya no le pareció la idea".
Ello obligó a los biólogos como Naranjo, así como a investigadores de otras disciplinas, a replantearse no solo las formas de aproximación a sus objetos de estudio, sino el fundamento mismo de su quehacer científico.
"Por ejemplo, yo inicié mis investigaciones sobre fauna silvestre aquí en Ecosur, al igual que muchos de mis colegas, con un enfoque bastante básico, vamos a decir de 'biólogo clásico', en el cual la gente está utilizando los animales o las plantas, pero nuestro objeto de estudio son esos animales y esas plantas, y justamente hace muchos años mi interés eran los vertebrados grandes, particularmente las especies que son cada vez más escasas y se encuentran en peligro de extinción".
Esas mismas especies de gran tamaño, en particular los pecaríes y tapires, principal objeto de estudio de Naranjo, son las que en mayor medida son utilizadas por las comunidades que conviven en los hábitats donde aún se encuentran.
"Muchas de ellas la gente las utiliza para comer, las caza, las captura, y entonces mi interés se centraba en un principio en las condiciones en las cuales se encuentran estas poblaciones; estudiar la distribución, la abundancia, la alimentación, las interacciones de estos animales con su ambiente, con la vegetación y otras especies, las fluctuaciones en el espacio y en el tiempo que tenían estas poblaciones animales".
Pero resulta prácticamente imposible estudiar la flora y la fauna de un ecosistema de manera aislada de las poblaciones humanas con las cuales convive, como si se tratara de elementos aislados unos de otros. Antes bien, se deben estudiar las interrelaciones entre las distintas especies y cómo la presencia humana las altera y modifica.
"Con el paso del tiempo, conforme desarrollé más proyectos, me fui involucrando más con las personas del campo, con comunidades rurales, y me fui dando cuenta de que había una posibilidad mucho más atractiva y, además, desde mi perspectiva, mucho más necesaria, más útil, en el enfoque de mi investigación, que implica ir más allá, investigar la parte social, la dimensión humana de la relación entre las poblaciones con la fauna silvestre".
Eduardo Jorge Naranjo Piñera es biólogo por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM); maestro en Manejo de Vida Silvestre por la Universidad Nacional de Costa Rica y doctor en Ecología y Conservación de Fauna Silvestre por la Universidad de Florida, Estados Unidos. Es investigador titular del Departamento de Ecología y Sistemática Terrestres de El Colegio de la Frontera Sur en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, del cual es, actualmente, coordinador de posgrado. Ha sido profesor en la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (Unicach). Sus principales líneas de investigación se enfocan en la ecología de poblaciones, conservación y uso sustentable de fauna silvestre (particularmente ungulados) en áreas tropicales del sureste de México. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. Fuente: Ecosur. |
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