¿Qué futuro le depara al TLCAN?
Por Ana Luisa Guerrero
Ciudad de México. 20 de abril de 2017 (Agencia Informativa Conacyt).- El presidente Donald Trump insiste en hacer grandes cambios al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en beneficio de Estados Unidos, de lo contrario, amaga con eliminarlo. Ante dicho planteamiento, el gobierno de México ha dicho que está listo para negociar algunas modificaciones, pero aclara que no avalará la imposición de aranceles o impuestos fronterizos.
Para Carlos Heredia Zubieta, investigador asociado del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), estamos frente a un escenario en el que Estados Unidos pretende imponer las modificaciones que más le convengan, posiblemente sin dar la oportunidad a sus interlocutores de negociar.
“Tengo la impresión de que en el entorno de Donald Trump, el escenario buscado no es una profundización de la asociación comercial con México y Canadá, porque aunque formalmente seamos socios, la visión de Trump distingue entre Canadá y México, a Canadá sí lo considera un socio, a nosotros un vecino que le trae dificultades”, dice.
El especialista en el tema señala a la Agencia Informativa Conacyt que esta coyuntura no abre una nueva etapa en la relación comercial entre los tres países que integran el Tratado, sino que está más encaminada a conversaciones que desemboquen en una negociación con Canadá y otra distinta con México.
Por ello, asegura, nuestro país está frente a la oportunidad para revisar la política económica y de competitividad en aras de fortalecer el mercado interno.
Para las autoridades mexicanas, el tema de mayor preocupación es la imposición de aranceles que rompen con el esquema acordado en el TLCAN y que infringen las disposiciones de la Organización Mundial del Comercio, como el impuesto de ajuste fronterizo, un gravamen que pagan las empresas estadounidenses cuando realizan compras a México.
“Es curioso porque quienes pagarían serían los consumidores estadounidenses, no el gobierno de México”, detalla.
A la fecha, en México se aplica un arancel de 7.4 por ciento en promedio a las importaciones procedentes de países que no forman parte de un acuerdo comercial; en tanto que Estados Unidos cobra un arancel de 3.7 por ciento.
Sin embargo, el académico advierte el riesgo de que dicho impuesto de ajuste fronterizo empuje a empresas mexicanas a trasladar una parte importante de su producción y manufactura a suelo estadounidense; y si el Congreso estadounidense aprueba esta medida, las empresas asentadas en México deberán hacer números y determinar si les conviene seguir produciendo aquí por el bajo costo de la mano de obra, o si les resulta más rentable trasladarse a territorio norteamericano.
“En caso de que les convenga irse, sí sería un golpe fuerte a la economía mexicana porque además de disuadir a empresas estadounidenses de no invertir en México, ahora presionaría a empresas mexicanas para trasladar sus operaciones allá”, asegura.
Mercado asiático, ¿la solución?
En el actual panorama se han escuchado voces de que es la hora de abrir nuevos mercados comerciales y se apunta a las economías asiáticas como una alternativa.
De acuerdo con el académico del CIDE, estas propuestas son estrictamente coyunturales, ya que por historia, geografía y porque están en una etapa de producción compartida, Estados Unidos es un socio comercial estratégico para México.
“Realmente es muy difícil que haya un cambio tectónico en la estructura del comercio exterior mexicano. Es muy difícil que México deje de lado ser un cliente importante para Estados Unidos y a la inversa; por ejemplo, las exportaciones manufactureras mexicanas tienen 40 por ciento de contenido estadounidense, y China no puede sustituir eso, no solo por la lejanía geográfica y el costo de transporte significativamente superior, sino porque las economías no están integradas en su estructura, en su base productiva, en su cadena de suministro y en las cadenas globales de valor”, detalla.
Y es que, desde hace más de dos décadas que se han establecido estas cadenas de producción compartida en la región de América del Norte, y difícilmente se desmantelarían por decreto o tras la promulgación de nuevas disposiciones.
Por elevar la competitividad mexicana
Recientemente, el canciller mexicano, Luis Videgaray, aseguró que el gobierno está listo para negociar el TLCAN a fin de incluir a sectores económicos que no fueron integrados hace 23 años, procurando el beneficio de los trabajadores mexicanos y se refuerce la protección a las inversiones.
Para Heredia Zubieta, la postura de las autoridades mexicanas en el tema ha sido reaccionaria sin que se vislumbre una estrategia definida, más allá de apostar a los contactos personales de altos funcionarios mexicanos con homólogos estadounidenses.
“La definición del interés nacional mexicano debe considerar a todos los mexicanos y a mí me parece que las negociaciones comerciales con frecuencia están ancladas en un país que ya no existe, en un país cuyo sistema político solo incluye a las cúpulas, tanto política, empresarial y exportadora; y eso ya no tiene sustento en el México actual”, indica.
Refiere como ejemplo que desde Estados Unidos se vean los bajos salarios mexicanos como una especie de subsidio desleal para atraer empresas, de ahí que se presencie la paradoja de que desde ese país se pugna para que se eleven los salarios.
“La competitividad en México parte de una premisa equivocada, porque los grandes exportadores mundiales como Alemania y Japón cifran la competitividad en el desarrollo del capital humano, en la preparación de los trabajadores, en el desarrollo de sus habilidades y capacidades; cuando nosotros ciframos la competitividad en la pauperización de nuestra gente, y eso es insostenible”, apunta.
Relación comercial histórica
La relación comercial entre México y Estados Unidos tiene una larga historia; al principio era de manera informal, siendo hasta 1831 cuando se firmó el primer tratado de amistad, comercio y navegación entre ambos países. Le siguieron los tratados Forsyth-Montes de Oca (1857) y McLane-Ocampo (1859) que, aunque no fueron ratificados, fueron la antesala para el suscrito en 1883.
De acuerdo con Isabel Avella Alaminos, en Antes del TLCAN: la historia de los acuerdos comerciales entre México y los Estados Unidos (1822-1950), durante el Porfiriato las exportaciones e importaciones norteamericanas a nuestro país aumentaron de manera importante; estando estas últimas compuestas por bienes de producción, como materias primas y maquinaria, que resultaban indispensables para consolidar la infraestructura productiva mexicana.
El intercambio comercial bilateral disminuyó después de la Revolución Mexicana y a causa de la Gran Depresión de 1929 que afectó la economía estadounidense, así como por las acciones mexicanas de expropiar el manejo de los recursos naturales, como ocurrió en 1938, con la nacionalización de la industria petrolera.
La Segunda Guerra Mundial contribuyó al restablecimiento de las relaciones, firmándose en 1941 el Tratado Suárez-Bateman enfocado en la venta de productos mineros mexicanos; y un año después uno que formó parte de una serie de acuerdos con países latinoamericanos que aseguraban la cooperación hemisférica frente al bloque del Eje.
En dicho acuerdo se daba el trato preferencial de México para mercancías estadounidenses, en tanto que Estados Unidos otorgaba facilidades para los exportadores mexicanos. El acuerdo se mantuvo vigente hasta 1950, pero dejó de ser funcional concluida la etapa bélica; México adoptó una política proteccionista y Estados Unidos estrechó lazos multilaterales y de apertura comercial.
El TLCAN comenzó a negociarse en 1990 y se firmó en diciembre de 1992, entrando en vigor el 1 de enero de 1994.
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