Bioarqueología en Yucatán
Por Marytere Narváez
Mérida, Yucatán. 30 de abril de 2017 (Agencia Informativa Conacyt).- Desde 2001, Vera Tiesler, profesora investigadora de la Universidad Autónoma de Yucatán (Uady), y Patricia Quintana Owen, profesora investigadora del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav IPN), unidad Mérida, colaboran en el análisis de materiales arqueológicos como pigmentos y fragancias en contextos funerarios mayas de la península de Yucatán.
En entrevista para la Agencia Informativa Conacyt, Vera Tiesler Blos, quien es miembro con nivel III del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), señaló que los pigmentos eran ampliamente utilizados por los antiguos mayas en Mesoamérica y se han encontrado en decoraciones de barro, murales, códices, esculturas, entierros y otros materiales arqueológicos.
"Los colores rojos eran generalmente producidos por pigmentos rojos que contenían óxido de hierro. El material hematita era muy común, mientras que el cinabrio, el sulfuro de mercurio, tenía que ser importado de las tierras altas. Los pigmentos rojos se aplicaban en madera, en piedra o eran usados en contextos rituales en pintura en las paredes o en ciertos huesos de humanos selectos enterrados en tumbas, debajo de pisos de edificios e incluso en pinturas de piel", indicó.
Entre los mayas antiguos, los pigmentos rojos eran especialmente prominentes en las prácticas funerarias y sus usos se extienden por lo menos dos milenios del pasado maya prehispánico. "La hematita roja o el cinabrio no solamente eran los pigmentos de elección para pintar los suelos, envases funerarios y las paredes de las tumbas de los grandes jefes, sino también se usaban sobre los cadáveres de sus ocupantes", señaló.
El color de las deidades
Uno de los estudios realizados en esta línea de investigación es el análisis de personajes reconocidos como la Reina Roja Janaab' Pakal y otros personajes de Calakmul. "Hasta ahora hemos reconocido que no solamente se trata de color, sino del significado de los materiales como el cinabrio en su dimensión ideológica, pues el rojo es el color de las deidades, el color que brinda permanencia vital al cascarón del difunto en su viaje al más allá, sobre todo para los dinastas", apuntó.
Como parte del estudio, se analizaron 88 huesos pigmentados en siete sitios arqueológicos de México y Guatemala que datan del periodo Clásico (250 a 900 d. C.). La mayoría de las muestras proviene del asentamiento de Xcambó, sitio localizado en la costa norte de Yucatán que floreció durante la primera mitad del Clásico Tardío (550 a 700 d. C.).
"Los muertos de Xcambó poseían simples ricos trajes mortuorios que reflejan el estado de riqueza de la población e imitaban los atuendos funerarios exclusivos de las dinastías mayas de los centros urbanos de más al sur", apuntó.
Fragancias en contextos funerarios mayas
Uno de los trabajos publicados recientemente por las investigadoras aborda el tema de las fragancias en contextos funerarios mayas, realizado como parte de la Red de Laboratorios Nacionales de la UNAM y en colaboración con la Universidad de Valencia.
De acuerdo con Vera Tiesler, los mayas empleaban cotidianamente minerales y materiales orgánicos en sus murales y en sus rituales mortuorios. En sus diferentes asentamientos se empleó una amplia variedad de plantas que fueron usadas comúnmente como aditivos para pigmentos que también aromatizaban los rituales. En Yucatán, una de las más usadas en el pasado y el presente es el Protium copal, conocida comúnmente como orquídea.
"De su resina, se colectan tres exudados que se conocen como copal blanco, negro y lágrima de copal. Estas sustancias llevan nombres similares en otros lugares de México, aunque procedan de diferentes plantas (Burseráceas)", apuntó.
Para realizar un estudio de las fragancias en contextos funerarios mayas, la investigadora empleó una metodología analítica del Protium copal en las tres resinas para determinar los perfiles fisicoquímicos por medio de difracción de rayos X (DRX), microscopía electrónica de barrido (SEM, por sus siglas en inglés), espectroscopía de infrarrojo (IR), cromatografía de gases acoplada a espectrometría de masas (CG-EM) y resonancia magnética nuclear (RMN).
"En las tres resinas fue posible identificar dos compuestos pertenecientes a la fracción no volátil: el α-amirin y el ácido cinámico por DRX, IR, CG-EM y RMN 1H y 13C", apuntó.
Estudio de la osamenta de Naia a través de la diegénesis
Las investigadoras han colaborado a través de la técnica de la diegénesis en el estudio de la osamenta de Naia, una joven de 15 años que vivió hace 13 mil años y que representa uno de los esqueletos más antiguos descubiertos en el continente americano. "La diegénesis estudia la degradación de los materiales orgánicos que estudiamos, y en este caso me enfoco en la preservación de la osamenta y el intercambio intrínseco-extrínseco del tejido de Naia en su condición de resto subacuático", indicó Patricia Quintana.
De acuerdo con Vera Tiesler, esta línea de investigación resulta relevante porque hasta la actualidad no existe un patrón que permita vincular las técnicas diversas como la histomorfología, el estudio de materiales macroscópicos convencionales e incluso el análisis del suelo.
"Abre una nueva ventana no solo en materia de análisis prospectivos para ver o asegurar acercamientos analíticos, sino porque nos puede dar muchos datos para conocer mejor los cambios del ambiente y en las costumbres funerarias; al mismo tiempo que permite garantizar mejores medidas de conservación que los colegas de restauración pueden aplicar", apuntó.
¿Qué es la histomorfología?
De acuerdo con Vera Tiesler, la histomorfología se define como la rama de la histología que evalúa y cuantifica rasgos morfológicos en secciones delgadas. "En las últimas décadas, la histomorfología en hueso no descalcificado se ha convertido en una línea de trabajo bien establecida que se inscribe primordialmente dentro de la biología del esqueleto", apuntó.
El mérito principal de esta técnica radica en las extraordinarias posibilidades que ofrece en el estudio de las poblaciones del pasado por su escala de precisión microscópica, particularmente para el análisis de restos fragmentados o incompletos. "También es el único método que permite investigar directamente la historia metabólica del tejido óseo lamelar, que se evalúa a través de sus procesos acumulativos de modelación y remodelación".
La histomorfometría —su medición y cuantificación— permite un manejo estadístico de información y formular inferencias objetivas para promover el entendimiento del funcionamiento fisiológico y patológico del sistema esquelético, así como los factores que lo condicionan en las poblaciones humanas actuales, históricas y prehistóricas.
La técnica de histomorfología de hueso no descalcificado ha sido trabajada en diferentes partes del mundo, pero se introdujo por primera vez a nivel nacional en el Laboratorio de Bioarqueología e Histomorfología de la Uady, que se formalizó a partir de 2003 a través de varios proyectos de Infraestructura Científica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y fondos extranjeros.
"Queremos dar a conocer no solamente la técnica, sino la posibilidad de utilizarla como una nueva herramienta tecnológica en México y así fomentar y fortalecer la biotecnología con que contamos en el país", comentó Tiesler.
Prácticas contemporáneas de modificación
De acuerdo con la investigadora, tras el contacto europeo se suprimieron las prácticas de modificación cefálica debido al rechazo que los españoles sentían contra este tipo de usos y creencias nativas, sobre todo aquellas que implicaban cambiar el aspecto físico del cuerpo. En aquellas partes de la Nueva España donde los conquistadores se percataban del origen cultural de las cabezas aplanadas entre los indígenas, se persiguió la costumbre.
En las primeras décadas tras la fundación de Mérida y Campeche, la práctica cayó en desuso entre los indígenas urbanos, tal como los investigadores pudieron reconocer en un cementerio colonial multiétnico que exploraron. "Ahí, solo cada quinto indígena todavía portaba las insignias visibles de sus antepasados en su cabeza".
Las presiones hispanas unificadoras eran menos efectivas en las áreas rurales, donde el uso de cunas persistió hasta siglos después, como es el caso de los lacandones históricos en la remota selva chiapaneca y guatemalteca, que continuaron aplanando el occipucio de sus menores hasta principios del siglo XX, o los kakchiqueles (en Guatemala) en la actualidad.
Actualmente existen diferentes formas de enmarcar los dientes, tatuajes y masajes de la cabeza de los recién nacidos. Aunque estas costumbres ya no son puramente prehispánicas, representan el resultado de siglos de cambios en el bagaje cultural nativo. Muchas modificaciones de antaño han sido sustituidas por trajes, adornos, vestimentas y envoltorios.
"Aun así, la tenacidad cultural indígena —o lo que mi colega, el doctor Alfredo López Austin llamaría el 'núcleo duro' del pensamiento mesoamericano- se pone de manifiesto en los grupos que optan por abandonar las vistosas prácticas corporales al sustituirlas con otras medidas protectoras o personificadoras", indicó.
Aunque menos emblemáticas, estas medidas son estimadas como igualmente eficaces, tales como los masajes cefálicos de los recién nacidos y su seclusión y envoltura, que muchos grupos indígenas siguen practicando en la actualidad. El investigador Shintaro Suzuki documentó la práctica de "enderezar" y dar forma a las cabezas que las madres mayas kakchiqueles aún practican ampliamente en sus menores, empleando para ese fin cofias rígidas que reemplazan conforme crece la cabeza del bebé.
"Si bien ya no se está practicando la modificación artificial de la cabeza infantil per se, se ha suplantado o reemplazado con otras medidas que las indígenas consideran similarmente eficaces para proteger al bebé que nace en el seno del hogar", finalizó la investigadora.
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