Nada hizo que los mexicas abandonaran el lago, ni buscaran asentarse más allá de su mar dulce: Antonio Saborit
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Como parte del ciclo Tenochtitlan, origen y destino, coordinado por Eduardo Matos Moctezuma, miembro de El Colegio Nacional, el historiador Antonio Saborit impartió la cátedra “Memoria de la isla y su mar dulce”.
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“Hace 10 mil años nació en una cuenca en un lago, el cual se localizó a más de 2000 metros sobre el nivel medio del mar”, resaltó el director del Museo Nacional de Antropología.
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Antonio Saborit ofreció un recorrido desde la prehistoria para conocer la importancia del lago en el que se instauró una ciudad como Tenochtitlan.
La isla sobre la que se erigió Tenochtitlan llegó a ser un espacio sobrepasado, desbordado, al grado que sus arrabales se adentraban en el lago y, sin embargo, “el mar dulce conservaba su encanto y un cerco inmutable de montañas anillaba la región”, aseguró el historiador Antonio Saborit, al dictar la conferencia “Memoria de la isla y su mar dulce”, como parte del ciclo Tenochtitlan, origen y destino, coordinada por Eduardo Matos Moctezuma, miembro de El Colegio Nacional.
En el Aula Mayor de la institución, el director del Museo Nacional de Antropología ofreció un recorrido sobre el origen de aquella ciudad lacustre que despertó la admiración de los españoles, desde el tiempo que definió como “la juventud de un mundo más joven, tantas veces modificado por las contracciones de su propio parto”, cuando la inmensa Cuenca de México yacía bajo el agua.
De hecho, recordó, hace 150 millones de años, la mayor parte de la cintura de América estaba debajo del mar y la subdivisión de la amorfa masa colosal que llamamos Pangea, delineaba como con lápiz graso, los súper continentes de Laurasia al norte y Gondwana al sur, separados por el mar de Tetis: “era el imperio del silencio y no había señal alguna del hombre”.

“Entre dos de ellas, la placa del Pacífico y la placa norteamericana, alguna vez existió otra que se fracturó en dos más pequeñas y muy desiguales, Cocos y Ribera. Al abismarse con la lentitud de un sofoco por una trinchera bajo el borde occidental de América, lo que intensificó el retroceso del mar, el levantamiento de la sierra madre sur, montañas con memorias de acantilados y riscos, la posterior formación del eje neovolcánico de oeste oeste, así como la aparición de fallas geológicas y movimientos tectónicos extensivos que se encargaron de hundir bloques enteros de la corteza terrestre y de crear fosas o de prisiones tectónicas que más tarde se convertirían en cuencas volcánicas como la enorme Cuenca de México”, destacó Antonio Saborit.
En ese tiempo remoto, se delineó su relieve actual. Mientras los cinco continentes se desplazaban, se registraban cambios en la trayectoria de las corrientes marinas, se intensificaba el volcanismo, cobraban forma los sistemas montañosos y evolucionaba la vida toda en el planeta.
Desde largo estira y afloja telúrico, hace 10 mil años nació en esa Cuenca un lago, el cual habría terminar ubicado a más de 2000 metros sobre el nivel medio del mar, a lo cual habría que sumar el hecho de que los vastos helamientos de la edad del hielo la expandieron los glaciares sobre buena parte de la superficie de Eurasia y América.
De estos helamientos, cuyos mantos abarcaron en este continente desde el Ártico hasta Nueva York. Cincinnati y Vancouver, y desde el Atlántico hasta el Pacífico, la Cuenca de México emergió transformada en un gran sistema lacustre sin salida al mar: “endorreico, sacudido de manera intermitente por sismos y erupciones, alimentado por los avances de los glaciares del Iztaccíhuatl y las lluvias torrenciales, y cuyos fondos rellenaron de manera paulatina los mismos depósitos lacustres, junto con los materiales ígneos y rocosos que arrojaban los volcanes”.
Un señorío desbordado
En su relato, Antonio Saborit señaló que fue hace 4 mil 500 años cuando los primeros grupos humanos se asentaron en las inmediaciones del lago, que entre fluctuaciones se extendía 120 kilómetros de norte a sur, y 65 kilómetros de este a oeste: “estos grupos humanos disfrutaron los días de Gloria del inusitado mar dulce de la Cuenca de México”.
“No obstante, la raquítica evidencia de actividad humana que acreditan ciertos artefactos pétreos, de indudable hechura humana, como puntas de hueso, grabadores, lascas y raspadores de calcedonia y obsidiana, milenios más adelante ya fuera en aglomeraciones en los puntos de mayor elevación en la Cuenca, como su cerco de montes y montañas, o bien acampados en sus llanos y tierras bajas, además de explotar los abundantes recursos alimenticios del lago y dejar vestigios de una cultura agrícola, como morteros y metates, estos mismos grupos humanos fijaron en infinidad de piezas cerámicas sus patos, garzas, peces, si bien las indispensables esteras y cestas que tejieron con las cañas y tules que recogieron en el mismo lago, un buen día los aluviones las arrastraron y no llegaron hasta nosotros”.
Tenochtitlan nació en una isla del lago. Las espadañas y cañaverales en la Ribera fueron sus murallas originales. El lago, su gran foso. Los que mandaban la ciudad cuando la fundaron eran 20, según escribió Francisco Javier Clavijero y el día que decidieron elegir un soberano, su reino no era más que la ciudad misma: 200 años conservó Tenochtitlan su condición insular, los mismos de su existencia.
“Incluso, cuando la unieron a tierra firme las calzadas, estas funcionaron como puertas, parapetos y trampas a la vez: Tlacopan, al poniente, e Iztapalapa al sur. Alivio y diversión comportaban navegar el lago, aun cuando se tratase de recabar el pescado y las aves que debían tributar al señor de Azcapotzalco. La creciente demanda de espacio hizo voltear la mirada hacia tres islotes cercanos. Tultenco, Tlatelolco y Nonoalco, vecinos de Tenochtitlan”.
Sin embargo, nada hizo que los mexicas abandonaran el lago, ni buscaran asentarse más allá de su mar dulce, por el contrario, durante las primeras décadas de existencia de la ciudad, sus pobladores cambiaron la tierra firme por la isla.
Ya hacia 1469, Axayácatl, hijo de Tezozomoc, sucedió a Motecuzoma Ixhuilcamina y agregó al reino otras provincias mixtecas, enfrentó y derrotó a los toltecas —el primer levantamiento en la isla en realidad— y agregó dominios hacia el poniente del lago. De nuevo ensanchó el Templo Mayor, fortaleció el centro ceremonial, ordenó la elaboración de la Piedra del sol.
Axayácatl fue sucedido en 1481 por su hermano mayor Tizoc, quien en su breve reinado intervino en el sistema de caminos y calzadas de Tenochtitlan: inició los trabajos de ampliación de la estructura de templo mayor y mandó labrar un gran cilindro de basalto, que se conoce como la piedra de sacrificios, alrededor de la cual aparecen las victorias de los Tlatoque mexicas, en un registro tan homogéneo que, de todas ellas, hace una sola victoria.
Tizoc murió en 1486 y fue sucedido por Ahuizotl, su hermano, quien dedicó los primeros cuatro años de su reino a levantar el magnífico templo, proyectado por Tizoc, y a hacer la guerra de los mazahuas y zapotecas. Asimismo, hizo de la dedicatoria del Templo Mayor un acontecimiento sin precedente alguno, además de proyectar la edificación de templos en los barrios de la isla, hizo fabricar un acueducto de Coyoacan hasta México, con el fin de acarrear agua de una fuente para enfrentar la escasez de agua en 1498, lo cual provocó, junto con las copiosas lluvias de ese año, la inundación de la isla.
En el siglo XVI, la mano del hombre integró el sistema lacustre del valle en torno al lago de Texcoco, junto con otros conectados entre sí, como Xochimilco, Chalco, Xaltocan, Zumpango y aun cuando ya se trataba de una isla desbordada, destacó, siempre se mantuvo la “excepcionalidad de ese mar dulce en la Cuenca de México”.
El desarrollo de este enclave urbano a lo largo de 200 años. Sigue la destrucción de Tenochtitlán, la destrucción de todos los avances urbanos, hidráulicos, agrícolas de este de este espacio, y de pronto, estamos ya con un Templo Mayor destruido y lo único que nos queda son las casas nuevas, si bien “a lo largo del todo el periodo virreinal se habló mucho sobre la idea de recuperar el lago, de aprovechar el lago, de hacer algo con el lago; todavía Alzate, a finales del siglo XVIII, insiste en que es un despropósito no hacerlo; pero la tendencia va para otro lado”.
La conferencia “Memoria de la isla y su mar dulce” se encuentra disponible en el Canal de YouTube de la institución: elcolegionacionalmx.