El sismo del 19 de septiembre: las peculiaridades del desastre humano
Boletín de prensa
6646/2017
Ciudad de México. 30 de diciembre de 2017 (Agencia Informativa Conacyt).- La Tierra tiembla porque es un planeta vivo. A diferencia de Mercurio o de Marte, que ya no tienen actividad interna, la Tierra sufre una revolución en sus entrañas. La enorme energía acumulada en su centro se libera cuando material ardiente sube de las profundidades hacia la superficie y se enfría.
Una de las consecuencias de esta revolución interna es el movimiento de las placas tectónicas que puede resultar en un uno o varios sismos en la corteza terrestre.
Para Gerardo Suárez Reynoso, investigador del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el término placa no permite imaginar fácilmente la forma en la que la Tierra se mueve, el investigador considera que una forma más didáctica para imaginar los movimientos de la corteza es si se ve a las placas como un rompecabezas de cascarones, que se mueven unos respecto a otros al ser arrastrados por el movimiento del material en el interior del planeta.
Entonces, en la zona de contacto entre dos placas, o cascarones, existe una fuerza de fricción que puede generar temblores. Fue así como se generó el sismo del 85. Pero los sismos del 2017 fueron ocasionados por otro fenómeno.
Cuando una placa se introduce debajo de otra, la placa superior conserva su sitio y la placa que queda debajo se va deformando y doblando en dirección al centro de la Tierra.
Pero penetrar al interior de un planeta vivo no es como cortar mantequilla con un cuchillo, la placa tiene que abrirse paso entre una mezcla de roca sólida y magma, y los esfuerzos generados por la placa inferior para abrirse camino hacia el núcleo del planeta pueden también cimbrar la corteza terrestre. A estos fenómenos, muy poco comunes, se les denomina eventos profundos, y justamente fueron los ocurridos en 2017.
VAN/SP/FV/6646/2017