Edna González, la científica que descubrió la rana La Esperanza
Por Flor Hernández
Hay un libro abierto siempre para todos: la naturaleza.
Jacques Cousteau
Oaxaca de Juárez, Oaxaca. 7 de marzo de 2018 (Agencia Informativa Conacyt).- Frente a decenas de sapos de la caña (Rhinella marina) que permanecían expectantes alrededor de tapetes bicolores y de diferentes texturas, colocados adrede por la investigadora Edna Leticia González Bernal como parte de su trabajo “Factores humanos que fomentan la invasión biológica”, la científica se preguntó: “¿Los sapos tienen personalidad?”.
El cuestionamiento realizado en medio de la noche para sí misma, en un extenso campo de Australia con 70 por ciento de humedad y una temperatura mayor a 30 grados Celsius, le pareció un tanto “loco”, pero dio pie a una investigación que la llevó a obtener resultados extraordinarios.
“Me di cuenta, tras muchas noches de espera en ese lugar donde había búfalos, cocodrilos y mosquitos, que un sapo ‘valiente’ tomaba la determinación de ingresar a los tapetes y después otros lo seguían, pero esos huían al menor sonido o movimiento que yo realizaba”, explica.
A través de su observación, formuló una hipótesis sobre la personalidad de estos anfibios. Posteriormente realizó experimentos y comprobó que existe una relación directa entre la valentía de los sapos y la invasión en países como Australia, donde hasta 2013, una tercera parte del territorio había sido conquistado por esta especie.
CIIDIR) Unidad Oaxaca, a donde llegó hace tres años como parte del programa Cátedras Conacyt, la científica asegura “no hay pregunta tonta, todas son importantes y necesarias para la ciencia”.
Desde la oficina de juntas del Centro Interdisciplinario de Investigación para el Desarrollo Integral Regional (La ganadora de una de las becas L’Oréal-Unesco-Conacyt Mujeres en la Ciencia 2017 considera que la mejor manera de lograr que los niños se interesen por la investigación, consiste en fomentar la curiosidad, permitirles tocar, jugar, probar y explorar el mundo.
Los primeros acercamientos
El descubrimiento de su amor por la naturaleza fue paulatino. Edna, la niña, acampaba con su familia, paseaba los fines de semana con mamá, papá y sus tres hermanos en los bosques cercanos a la ciudad de Puebla, de donde es originaria.
“Todos los domingos despertaba y le decía a mi papá que teníamos que ir al Museo de Historia Natural. Ya me lo sabía de memoria, pero pensaba que era algo indispensable para ese día de la semana. A veces me llevaba y otras tantas no, pero yo quería ir por el simple hecho de ser domingo”, refiere entre risas, mientras se acomoda los anteojos.
Su padre, dedicado a la fabricación de cinescopios, le mostraba y explicaba las fotografías de los libros de Life cuando volvía a casa del trabajo. Esos momentos le llenaron los ojos de imágenes que quería presenciar en el mundo natural.
Decidió estudiar la licenciatura de biología en la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP) y ahí terminó por darse cuenta que su pasión era la ciencia, luego de un viaje de intercambio escolar que realizó a Chile.
“Me formó muchísimo el haberme podido ir a la Universidad Austral de Chile, por la visión social que tenía aquel país en ese momento, además que descubrí la crisis mundial de los anfibios, me dispuse saber más sobre el tema y adentrarme en la conservación”.
Posteriormente, estudió la maestría en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el doctorado en la Universidad de Sidney, ambos con becas Conacyt, aunque en el extranjero también recibió apoyo del gobierno de aquel país y de la propia institución escolar.
La Esperanza
Las películas del español Pedro Almodóvar, del finlandés Aki Kaurismäki o del francés Jacques Audiard, son uno de los pasatiempos favoritos de la científica. La pasión que siente por el cine se compara con la que tiene por realizar caminatas en las ciudades en las que habita, en esa necesidad de explorar su entorno.
La observación permanente del medio natural y su estudio condujeron a la integrante nivel I del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) a la agencia La Esperanza, perteneciente a Santiago Comaltepec, donde halló junto con su equipo de trabajo, en octubre de 2016, una nueva especie de rana que nombraron como el lugar en donde fue hallada.
La localidad, apunta, fue decretada por los pobladores como un área destinada voluntariamente a la conservación, lo que significa que toman medidas diarias para preservar el bosque mesófilo de montaña, del que solo queda uno por ciento en todo el territorio nacional.
Ahí, en un lugar altamente explorado por científicos de distintas latitudes del mundo desde hace casi 50 años, hallaron la rana de La Esperanza o Charadrahyla esperancensis, nomenclatura científica del anfibio.
“El nombre que le asignamos es un reconocimiento a la comunidad de La Esperanza por los esfuerzos que realiza para cuidar su riqueza natural. También quisimos dar el mensaje que, a pesar que desaparecen los anfibios en el mundo, siempre habrá esperanza de encontrar nuevas especies y conservarlas”.
En el mundo se han descrito siete mil 825 anfibios, de los que 385 están en México y en Oaxaca por lo menos se contabilizan 150, refiere la científica cinéfila que ha puesto en marcha un proyecto de conservación en la Sierra de Oaxaca, con apoyo de la organización Conservation Leadership Programme (CLP) y del Conacyt.
Mientras sostiene con su mano el sapo de la caña que la llevó a iniciar una investigación al otro lado del mundo, la doctora Edna se llena de preguntas en silencio, quizá estén relacionadas con nuevos proyectos, ahora en Oaxaca.
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