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Coleccionismo arqueológico: el Yucatán del siglo XIX


Por Marytere Narváez

Mérida, Yucatán. 21 de septiembre de 2016 (Agencia Informativa Conacyt).- El coleccionismo arqueológico puede entenderse como el proceso de reunir sistemáticamente objetos antiguos y la información arqueológica asociada a ellos. A esta definición, los investigadores Adam T. Sellen y Lynneth S. Lowe han agregado la importancia de incluir también datos que documenten la trayectoria histórica de los artefactos a partir de su descubrimiento, como son el análisis, la interpretación y la exhibición de los objetos.

HEAD coleccionismo2116Pirámide de Kinich Kakmó. Brasseur de Bourbourg, 1867.

El siglo XIX marcó el surgimiento de ciencias que actualmente ya se encuentran consolidadas en nuestro país, entre las que destaca la disciplina arqueológica, cuyos primeros representantes fueron los viajeros extranjeros y los coleccionistas locales.

Entrevistado por la Agencia Informativa Conacyt, Adam T. Sellen, investigador del Centro Peninsular en Humanidades y en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (Cephcis UNAM), señaló que a lo largo del siglo XIX dos proyectos museográficos se desarrollaron de manera preponderante en el país. El primero tenía un alcance nacional y terminaría constituyéndose como el Museo Nacional, sobre el que se ha desarrollado una gran cantidad de investigación académica. Por otra parte, lo que poco se ha estudiado es el intento de formar museos en sitios de la periferia del país, como Yucatán, Campeche y Oaxaca.

Con el objetivo de reconstruir los orígenes de las primeras colecciones arqueológicas en el estado de Yucatán, los investigadores desarrollaron el proyecto Patrimonio perdido: historia del coleccionismo arqueológico en la península de Yucatán durante el siglo XIX, que contó con el apoyo de Investigación Científica Básica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT) de la UNAM.

La indagación en torno a la génesis de los museos regionales llevó a ubicar con mayor precisión a los personajes que desempeñaron un papel clave en el proceso de colección regional, que compitió por las mismas piezas arqueológicas que deseaban instituciones museográficas federales y extranjeras.

“Estas regiones estaban tratando de construir su propia identidad, los yucatecos querían ser yucatecos, no mexicanos, por lo que era importante que tuvieran sus propios museos. Una manera de caracterizar ese momento histórico es como una gran competencia por las piezas arqueológicas”, apuntó Adam T. Sellen, quien es miembro nivel I del Sistema Nacional de Investigadores (SNI).

Crescencio Carrillo y Ancona y el círculo intelectual de mayistas

Vista del mascaron de Izamal Stephens 1843 2116Vista del mascarón de Izamal. Stephens, 1843.Como en otros lugares del país, los esfuerzos de creación de museos iniciaron con colecciones que se hallaban en el poder de miembros de la iglesia, quienes son considerados como los intelectuales del momento. Estos, además, tenían cierta ventaja como coleccionistas, ya que muchos feligreses les llevaban ídolos que podían adjudicar bajo su poder con el pretexto de evitar que causaran algún mal. De esta manera, las grandes colecciones que tenían se convirtieron en los primeros museos en regiones como Oaxaca, Campeche y Yucatán.

De acuerdo con Lynneth S. Lowe, investigadora del Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM (IIF UNAM), durante el siglo XIX la ciudad de Izamal tuvo un impacto importante entre los viajeros que provenían de Francia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, debido principalmente a la diversidad de historias que se contaban en torno a las pirámides mayas y al convento de la ciudad.

De esta manera, nacieron grupos de intelectuales conformados por locales y extranjeros que intercambiaban información en torno al conocimiento arqueológico que se conocía en la época, siendo uno de los mayores representantes el obispo Crescencio Carrillo y Ancona, quien fomentó el estudio de la lengua maya y la historia antigua entre todos los viajeros que arribaron a Izamal y a otros sitios de la península.

En el Archivo Histórico del Arzobispado de Yucatán, ubicado en Conkal, se guardan registros de las donaciones de piezas arqueológicas que recibió el obispo Crescencio Carrillo y Ancona, con las que fundó el primer Museo Yucateco en 1871. Se resguarda allí también la correspondencia establecida entre el presbítero Carrillo y diversos intelectuales interesados en el estudio de la cultura maya.

“Lo que hemos visto es que muchos de ellos llegaban a su gabinete, él les daba acceso a las obras y a los manuscritos que tenía, por ejemplo del Chilam Balam, y también los recomendaba con diversas personas que vivían en el interior del estado para que pudieran realizar sus viajes”, indicó Lynneth S. Lowe.

Entre los participantes del grupo que giraba alrededor del obispo Carrillo y Ancona, se encontraba el abate Charles Étienne Brasseur de Bourbourg, quien editó la obra de Fray Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán. Asimismo, el gabinete del obispo contó con la presencia del ilustre fotógrafo Claude-Joseph Désiré Charnay, quien realizó un registro de los restos arqueológicos de la ciudad de Izamal a lo largo de sus diversas visitas a la península de Yucatán durante la segunda mitad del siglo XIX.

La pareja de investigadores Augustus Le Plongeon y Alice Dixon cultivaron una amistad con el padre Carrillo que se extendería en forma epistolar por más de dos décadas. En palabras de Lynneth S. Lowe, a pesar de las excéntricas interpretaciones que marcaron su obra, ambos aportaron un interesante legado como producto de su detallada labor documental y sus excelentes fotografías, que registraron tanto elementos arqueológicos como aspectos de la vida cotidiana local.

Los hermanos Camacho y Florentino Jimeno

Uno de los museos que más destaca y del que menos información se tiene es el de los hermanos religiosos Camacho, quienes antecedieron las labores coleccionistas del obispo Crescencio Carrillo y Ancona y tenían una primorosa colección en el puerto de Campeche —que formaba parte de Yucatán aún—, cuyas piezas fueron visitadas y descritas por los viajeros.

De acuerdo con Adam T. Sellen, es probablemente el primer museo en México que se dedicó a exponer sobre los antiguos mayas. Posteriormente, el comerciante y coleccionista español Florentino Jimeno, ayudante de los padres Camacho, estableció su propia colección entre las mercancías y bultos de tela de su tienda en el puerto.

En palabras del investigador del Cephcis, lo más sorprendente de Florentino Jimeno es que tomaba información etnográfica observando a los mayas de su época y la asociaba con las piezas de su colección, lo que constituía una gran labor interpretativa que, según Sellen, ha pasado desapercibida.

Crescencio Carrillo y Ancona Izamal La Guirnalda 1860 2116Crescencio Carrillo y Ancona. Izamal, La Guirnalda, 1860.“Incluso él tenía la idea, no muy común en ese momento, de que los mayas actuales eran descendientes de los que construyeron las pirámides, cosa que rechazaban todos los intelectuales de Yucatán en su momento”, apuntó. 

Importancia de los viajeros

De acuerdo con Lynneth S. Lowe, la importancia del trabajo realizado por los viajeros radica en que registraron aspectos de la región que ya no existen por medio de sus descripciones y sus litografías, pues muchos elementos han sido destruidos en los más de cien años que han transcurrido desde sus visitas.

En Mérida, la capital de Yucatán, durante la segunda mitad del siglo XIX aún se conservaban partes de las antiguas pirámides de la ciudad maya de T'Hó (también conocida como Ixcansihó), en donde se asentaba el antiguo convento de San Francisco. “Esto es algo que ya no podemos ver, pero los viajeros se impresionaban por los restos de la antigua Ixcansihó que estaba debajo de la ciudad colonial y moderna de Mérida”, apuntó Lynneth S. Lowe.

De acuerdo con la revisión de los investigadores, los sitios de la zona Puuc, como Uxmal, Sayil, Labná y Kabah, cautivaron también a los viajeros por el maravilloso acabado de los edificios, y la zona de Chichén Itzá por sus grandes dimensiones, a pesar de la dificultad de acceso debida al contexto conflictivo de la guerra de castas.

Al estar en el límite de la zona que ocupaban los mayas rebeldes, Izamal resultaba muy accesible para los viajeros durante este periodo. Por su parte, Stephens y Catherwood registraron un gran mascarón que adornaba la pirámide del Kabul en Izamal en 1842, mismo que ya no existe debido a que el estuco del que estaba hecho se fue deteriorando y a que los propietarios de los terrenos privados hicieron modificaciones que ocasionaron una gran destrucción.

Otro elemento sobresaliente es el inicio de la metodología arqueológica en los documentos elaborados por los visitantes extranjeros. El abate Brasseur, originario de Flandes, realizó el primer plano de la ciudad de Izamal, describiendo con detalle el tipo de construcción de sus montículos, sus calzadas y sus vías de comunicación.

“Si bien no eran planos topográficos como los que tenemos ahora, es importante el hecho de que estaban haciendo planos que intentaban registrar desde un punto de vista científico las evidencias prehispánicas”, apuntó Lynneth S. Lowe.

Enmarcados en el dominio epistemológico del positivismo, los viajeros intentaron recopilar la mayor cantidad de datos y elaborar detalladas descripciones. Algunos también se dedicaron a coleccionar piezas arqueológicas que actualmente se encuentran en museos de Europa y en el actual Museo Regional.

“Estas son aportaciones fundamentales para nuestra disciplina: además de poner los cimientos metodológicos de una ciencia, realizaron un registro de elementos que ya no existen”, agregó la investigadora.

 

 

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