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Gustavo Pedraza, la biología y los azares de la vocación

 

Por Armando Bonilla

Ciudad de México. 12 de julio de 2016 (Agencia Informativa Conacyt).- Oriundo del Estado de México, Martín Gustavo Pedraza Alva estuvo a punto de no ingresar a la preparatoria y sí de hacerlo a la Escuela Normal para Profesores; no obstante, un pequeño golpe de suerte le abrió las posibilidades de acudir a la preparatoria, para después formarse como biólogo hasta convertirse en un notable investigador. 

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En entrevista exclusiva con la Agencia Informativa Conacyt, el doctor Gustavo Pedraza, quien actualmente se desempeña como investigador en el Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) relató cómo logró ingresar a la escuela preparatoria cuando ya se había resignado a ingresar a la Escuela Normal para Profesores.

“Vengo de un pueblito en el Estado de México donde en mi época de estudiante lo más cómodo era ingresar a la Escuela Normal para Profesores y tras tres años egresar y tener un trabajo seguro como maestro de alguna escuela primaria o secundaria; sin embargo, yo quería estudiar en la preparatoria porque quería ser biólogo. Al terminar la secundaria ya me gustaba mucho la biología y la química, mientras que física y matemáticas se me complicaban, eran mi coco, es por eso que desde entonces me emocionaba la idea de ser biólogo”, comentó. 

Relató también que, por descuido, se le pasó la fecha de inscripción a los exámenes de ingreso a la preparatoria y ante ello, se resignó a estudiar en la Normal. “Cuando terminé la secundaria comenzaban las inscripciones para la preparatoria o para la Normal, y a mí se me pasó la fecha de los exámenes para la preparatoria, así que hice los exámenes para la Normal y fui aceptado”.

Explicó que por fortuna se encontró con un amigo, quien le platicó que aún había fichas de inscripción para la preparatoria, así que también presentó el examen, el cual aprobó. “Ya en la prepa, usted sabe, a veces no somos tan buenos estudiantes y ahí flojeamos un poco, así que no cuidé mi promedio para ingresar a la UNAM”.

En consecuencia, al concluir la preparatoria e intentar inscribirse a la UNAM, se encontró con la necesidad de conseguir una constancia que certificara que su promedio mínimo era de 7.2. “Regresé a la preparatoria a pedir la constancia y me la estaban haciendo cuando detectaron que no había presentado un examen, así que tuve que buscar al profesor para hacerlo ese mismo día y no perder todo el año antes de poder inscribirme nuevamente”.

Entre risas, de esas que evocan una pequeña travesura o una falta menor, contó que al encontrar a su maestro le dijo: “Pero Gustavo, no sabes nada, ¿cómo vas a pasar el examen?”, a lo cual él respondió, “no importa, sólo necesito el seis”. El maestro le realizó el examen, mismo que pasó con lo mínimo y tuvo que regresar corriendo a terminar su trámite de la constancia para acudir el día siguiente a inscribirse en la preparatoria.

De acuerdo con el doctor, la enseñanza de esa anécdota radica en que aun cuando uno ya tiene planeado lo que quiere, la suerte también ayuda. “Después de ello, entendí que si logré quedarme donde quería, tenía que aprovecharlo. De alguna manera me había costado trabajo, así que entendí que debía echarle muchas ganas”.

El primer semestre le costó mucho trabajo, a tal grado que incluso pensó en desertar, pero ya una vez que comenzó el segundo, su clase de biología y una maestra apasionada por la misma le hicieron comprender que había elegido bien y que estaba estudiando lo que más le gustaba.

Sobre su formación académica

400x 166Una vez que logró encauzar su atención y dedicación hacia la escuela, cursó de manera satisfactoria la licenciatura en biología. “Terminé mis créditos y comencé a buscar dónde hacer el servicio social, en ese momento experimenté una nueva disyuntiva porque durante la carrera me gustó mucho lo relacionado con ecología, pero de igual forma me ocurrió con el área de biología celular (bioquímica)”.

En ese momento, la opción para elegir fue aplicar solicitudes en ambas áreas y dedicarse a aquella en la cual lo aceptaran primero. “Fui a buscar a algunos profesores en el área de ecología que me habían recomendado para hacer el servicio, pero no los encontré, así que después fui al Instituto de Investigaciones Biomédicas y me encontré con la doctora Yvonne Rosenstein, quien después sería mi jefa”.

Realicé con ella mi servicio social, así como mi tesis de licenciatura. Después de ello, al seguir sus instintos y esa inquietud por realizar estudios fuera del país, solicitó su ingreso a diferentes instituciones y tuvo la oportunidad de ser aceptado en el Instituto Weizmann en Israel, donde logró una beca completa.

“Ahí, debido al sistema educativo, tuve la oportunidad de rotar por tres laboratorios, así que en primera instancia participé en el de inmunología, después en un área donde se estudiaba cómo el receptor de insulina manda las señales hacia el interior de las células y finalmente trabajé en la regulación de expresión de genes”.

Tras probar suerte en las tres áreas, el doctor decidió que su tema de tesis se relacionaría con la regulación genética, así que concluyó su maestría con una tesis donde estudió la regulación genética. Posteriormente, se incorporó a los estudios de doctorado en la Universidad de Basilea, en Suiza.

“A Suiza me fui ya con la certeza de que quería estudiar la regulación génica e incluso tenía muy bien identificado al profesor con quien me gustaría trabajar. El escenario fue un poco desalentador al inicio porque cada que contactaba al investigador, la respuesta era la misma: ‘Sí tengo lugar, pero no tengo dinero’”.

“Curiosamente, mientras yo no conseguía el trabajo, a mi esposa, la doctora Leonor Pérez, sí la aceptaron en el doctorado en la universidad. Ella me llevó como técnico, yo trabajaría para ella mientras conseguía mi ingreso al doctorado; ya estando allá, el doctor con el cual quería trabajar, consiguió el apoyo económico para que pudiera incorporarme a su equipo de trabajo”.

Al concluir el doctorado, regresaron a México y se incorporaron al campo laboral; no obstante, más adelante decidió, junto a su esposa, realizar una estancia posdoctoral, así que hicieron su solicitud a la Universidad de Vermont, una institución que si bien en ese momento era pequeña, estaba recibiendo importante apoyo financiero.

“Lo más bonito es que se trataba de una ciudad más bonita y rankeada entre los primeros lugares de Estados Unidos para tener una familia con hijos pequeños. Cuando juntamos esas dos condiciones, optamos por irnos para allá. Mi esposa encontró con quién trabajar en neurociencias allá y yo, en inmunología, con la doctora Mercedes Rincón”.

El quehacer científico y la vida personal

Junto a su esposa, la doctora Leonor Pérez, explicó que lo más complicado fue buscar siempre opciones que les permitieran, a cada uno, seguir formándose en sus áreas de interés y conquistar así sus objetivos personales. Incluso descartó que haya habido dificultades derivadas de trabajar juntos.

“No, ha sido un reto, aunque hemos hecho casi todo en los mismos lugares, hemos tenido diferentes tutores y cada uno imprime ciertas marcas, por ejemplo, en el caso de la doctora, siempre estuvo con gente muy organizada, muy metódica y así es ella. En mi caso, siempre fueron más desordenados; combinar esas dos cosas en el laboratorio, es lo que a veces nos cuesta trabajo”.

No obstante, señaló que también eso ha sido una fortaleza para ellos como equipo, ya que han aprendido a adaptarse. Finalmente, dijo que "lo importante a tomar en cuenta ante los momentos de complejidad es tener claro que sí, la ciencia es muy demandante, pero al mismo tiempo es muy divertida". 

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Da clic a Tele con Ciencia y encontrarás la entrevista completa del doctor Gustavo Pedraza.

  

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