Leonor Pérez Martínez, bióloga mexicana que luchó por sus sueños
Por Armando Bonilla
Ciudad de México. 12 de julio de 2016 (Agencia Informativa Conacyt).- Junto a su equipo de trabajo (entre los que se encuentra su esposo, el doctor y también investigador Gustavo Pedraza), Leonor Pérez Martínez ha dado importantes pasos en el entendimiento de la relación existente entre el Alzheimer y los procesos inflamatorios.
La doctora Pérez Martínez se desempeña actualmente como jefa del Departamento de Medicina Molecular y Bioprocesos del Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); no obstante, para que hoy en día ostente ese cargo, debió recorrer un largo camino y trabajar muy duro para lograrlo.
El despertar de la vocación por la biología
De acuerdo con la doctora, desde muy joven le interesó la biología, ya que era una de sus materias favoritas en la secundaria; sin embargo, fue hasta su incursión en la preparatoria cuando las clases de su profesor de biología la hicieron inclinarse por esa área.
“Mi profesor de la materia de biología en la prepa definitivamente fue el detonante para que yo tomara la decisión de estudiar biología (…) Siempre me gustó la investigación y a la par de ello siempre tuve la 'cosquilla' de realizar estudios fuera de México, así que después de la licenciatura solicité mi ingreso a diferentes universidades fuera del país”.
Su formación académica
En entrevista exclusiva con la Agencia Informativa Conacyt, la doctora Pérez Martínez relató que cursó la licenciatura de biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde realizó una tesis de licenciatura en el Instituto de Fisiología Celular.
Añadió que después de ello, y derivado de un interés latente por cursar estudios fuera de México, realizó una maestría en el Instituto Weizmann de Ciencia, en Israel. “En mi familia nadie había realizado un viaje de ese tipo, yo fui la primera y eso significó un gran reto”.
Explicó que tanto la tesis de licenciatura como la de maestría fueron sus primeros encuentros con el mundo de la investigación formal, toda vez que en el primer caso trabajó con el quiste del cisticerco, el cual tiene preferencia por vivir en el sistema nervioso.
“Desde la licenciatura me interesaba mucho la parte de biología celular, quería saber cómo un parásito puede invadir, infectar y matar una célula y ser exitoso (…) Continuando con ese interés, en el Instituto Weizmann trabajé con otro parásito que ataca la piel principalmente”.
Al platicarlo, reconoció que en el segundo caso se enfrentó a dificultades propias de la distancia. “Tengo que reconocer que yo no hablo hebreo y aun cuando se trata de un instituto internacional, tomar de un día para otro todas las clases en inglés y presentar exámenes en ese idioma fue un reto que en ocasiones parecía que no superaría”.
En un tono reflexivo y al mismo tiempo muy humilde, agradeció el apoyo de sus compañeros, amigos y tutores, ya que en ellos encontró la motivación necesaria para no dejarse vencer ante esa adversidad, propia de enfrentarse a un idioma distinto al natal.
Posteriormente se incorporó a un programa de doctorado en Europa (Universidad de Basilea en Suiza), donde continuó su trabajo con parásitos; después de un tiempo cambió su línea de investigación y arrancó el trabajo con virus. “Realicé un trabajo doctoral en virus”.
Recordó que su estancia en Suiza se extendió por espacio de cuatro años, pero que las complicaciones más fuertes fueron a partir del tercer año, cuando nació su primer bebé. “Mantener el ritmo del trabajo en el programa doctoral y criar al bebé era difícil, pero a la vez fue muy enriquecedor”.
El retorno a México
La doctora reconoció que aun cuando su deseo por salir era muy grande, siempre, junto a su esposo (el doctor Gustavo Pedraza) sintieron la necesidad de regresar a México. “Yo amo mucho a mi país y, a la par de ello, para mí siempre fue importante tratar de transmitir, así como mis instructores lo hicieron conmigo, el conocimiento obtenido a los jóvenes mexicanos”.
Añadió estar convencida de que el país necesita de científicos y de gente informada para detonar su desarrollo. “Afortunadamente tuvimos la suerte de contar con una oferta del Instituto de Biotecnología de Cuernavaca, donde me incorporé a trabajar como investigadora asociada. Tuve la fortuna de que me contrataron porque nadie me conocía en México, yo había pasado muchos años fuera del país”.
La investigación
Fue ahí, en el Instituto de Biotecnología de la UNAM donde comencé a incursionar en el campo de las neurociencias. “Luego de trabajar unos años como investigadora asociada, tuve la fortuna de hacer una estancia posdoctoral en EE. UU., donde comencé el trabajo en neurociencias, en particular en el sistema nervioso central, y a mi regreso continué con esa línea de investigación”.
De ese modo, arrancaron varios proyectos muy específicos en torno al impacto de la inflamación en el sistema nervioso central. Una de sus líneas más fuertes es la que estudia la relación entre los procesos inflamatorios y el Alzheimer. Pero de igual forma, cuentan con un trabajo donde analizan también la relación entre el cáncer y los procesos inflamatorios.
“Mis primeros acercamientos a la investigación fueron a través de mis tesis y recuerdo que la primera vez que un profesor me dijo: ‘Vas a presentar tu proyecto frente al grupo’, entré en shock porque no era fácil presentar un trabajo a desarrollar y explicar con base en qué se decidió dicho trabajo”.
Sobre el campo laboral
Al preguntarle sobre el panorama que encontró cuando intentó incursionar al campo laboral, la doctora Pérez Martínez recordó que cuando era joven y contó a su papá que estudiaría biología, él le cuestionó de qué iba a vivir. “En ese momento yo le respondí no lo sé, pero me gusta la biología. Evidentemente al regreso de la formación doctoral, ese era el temor”.
No obstante, dijo que tuvo la fortuna de encontrar al doctor Joseph Bravo y Jean Louis Charli Casalonga, quienes le abrieron las puertas al Instituto de Biotecnología. “Agradezco enormemente al doctor Joseph y Charli la oportunidad que me dieron de incorporarme a su grupo de investigación, para después desarrollar mis propias líneas y equipo de trabajo”.
Finalmente, la doctora concluyó que combinar el trabajo de un investigador con la vida personal es complicado, muy difícil. "Pero amo mi profesión y amo a mi familia, así que cuando llego al laboratorio me olvido de casa y cuando llego a la casa, me olvido del trabajo; no importa el tiempo que se le dedique a cada una de las actividades, sino la calidad del tiempo”.
Esta obra cuyo autor es Agencia Informativa Conacyt está bajo una licencia de Reconocimiento 4.0 Internacional de Creative Commons.